Como ya lo hemos hablado antes, el budismo nos da una serie de preceptos éticos que nos sirven para llevar una vida de honor y tranquilidad.

La primera de estas declaraciones es:

Acepto no tomar la vida de ningún ser vivo.

Ya sé que hay muchos factores qué discutir a este respecto. Antes de que los fundamentalistas de los derechos animales y los alimenticios me ataquen, explico:

El fondo de este precepto es respetar absolutamente la vida, en todas sus formas. Para el budismo tradicional, que es el que yo practico, el respeto a la vida corresponde a no matar seres vivos por deporte, placer o entretenimiento.

Con esto dicho, el precepto de respeto a la vida es lo que nos mueve a tener siempre una conducta ética.

Vivimos con este pensamiento como eje rector de nuestras acciones y cuando entendemos que cualquier acción, por pequeña que sea, pone en riesgo una vida inteligente, tratamos de pensar mucho antes de hacerlo. O simplemente desistimos.

Pero el respeto a la vida no sólo se queda en el «no matarás». Va mucho más allá porque nos impulsa a ser cariñosos, compasivos y protectores de todo tipo de seres con los que compartimos el planeta.

Entendemos que somos parte de un ecosistema al que estamos poniendo en riesgo y que necesita que actuemos para detener el daño que hemos causado y que, por ende, nos perjudica.

Afirmamos la vida con risa, salud, aire, amistad y compasión. Podemos entender el sufrimiento y tomar una postura activa para ayudar a mitigar que los seres pasen por momentos difíciles.

Todo esto suena perfecto, pensarás querido lector, pero por desgracia este precepto parece estar descompuesto en estos tiempos.

Entre más leo las noticias, más veo que nuestro deporte favorito es el andar extinguiendo la vida por todos lados.

Lo positivo de esto es que está en nuestras manos poner un fin a esta cadena de muerte. ¿Cómo? Entendiendo que todo lo que hacemos repercute en la vida de los demás y tomando responsabilidad de nuestras acciones. Apelando al sentido común y la compasión.

Entendamos que el planeta no nos pertenece, que somos tan sólo una especie más en un sistema enorme del que abusamos. Entendamos que esta posición privilegiada no durará para siempre y que cada árbol o animal que destruimos nos repercute de manera directa.

Y es tan fácil. Sólo hay que detenerse y usar esa sandía que llevamos por cabeza.

Este es el segundo artículo de una serie sobre Los Cinco Preceptos. Para ver las entradas anteriores, clic aquí.