Uno de los sentimientos más humanos es la tristeza. La experimentamos cuando nos creemos en desventaja, tenemos una pérdida, nos sentimos impotentes y con dolor emocional.

No hay nada de malo sentirnos tristes de vez en cuando al ver que las cosas son diferentes a como las imaginamos o nos enfrentamos a una despedida. De hecho, estar tristes es parte del proceso natural de reconstrucción. Digamos que es el equivalente a la picazón en una herida que cicatriza y sana.

La tristeza nos ayuda a generar catarsis, a analizar las cosas y a aprender para seguir nuestro camino. Es un instrumento útil e ineludible de la experiencia de ser humanos.

Pero la tristeza se convierte en un problema cuando dejamos que el ego se monte sobre ella. Estar tristes es una gran excusa para ponernos en un pedestal y dejar que el universo gire alrededor de nosotros.

El ego nos hace expandir el sentimiento de pérdida y soledad porque no puede dejar ir los apegos que nos hayamos generado.

Y es que nos apegamos a todo lo que se pueda. Nos aferramos como locos a momentos significativos, a personas, a objetos y a ideas. Como estos apegos son agradables, olvidamos la verdad absoluta de la vida: todo se termina. Entonces cuando el fin llega, el dolor es inmenso.

De pronto parecería que la disfrutamos. Escuchamos canciones que nos bajan aun más la moral, vemos películas depresivas y nos empeñamos en hacer drama frente a otros para que nos levanten.

Así la tristeza se convierte en tu espectáculo personal de vanidad.

¿Porqué me pasa esto a MI? ¿Cómo YO permití que las cosas se pusieran así? Soy YO la víctima. Abusan de MI buena voluntad. ME dejó mi novio/novia. ME agredieron. ME hicieron esto y aquello. YO sufro. YO lloro. MI vida nunca volverá a ser la misma.

Yo, mi, me, yo, yo, yo, yo y más YO.

Al final la tristeza, cuando ya pasó su nivel útil, no es otra cosa más que tu grande y gordo ego sentado en una columna de 30 centímetros de altura, sintiendo mareos y vértigo.

Pero con todo esto dicho, ¿cómo acabar con la tristeza? Fácil:

Deja de pensar en ti y haz algo bueno por alguien más. 

Cuando sientas que la tristeza te inunda y ya no puedes más, es momento de ser generosos con los demás.

Puedes donar tiempo o dinero a alguien que lo necesite, limpiar la basura de un parque, ayudar a un desconocido en la calle, arreglar la casa de tus padres… o algo tan sencillo como servir una taza de té a quien más quieras.

Al hacer algo bueno por alguien y centrarte en las necesidades de otro, estás controlando al ego porque te darás cuenta de que no eres la única persona el universo que sufre. Y mejor aún, entenderás que hay problemas mucho más grandes y complejos que los tuyos.

Ayudar a los demás nos da perspectiva de nuestro propio sufrimiento porque lo vemos desde afuera.

Y entonces entendemos que no es tan grande ni tan importante como el ego pensaba.