Uno de los grandes problemas de la humanidad a través de los tiempos, ha sido la xenofobia.

El odio, repudio y miedo hacia las culturas distintas o características genéticas diferentes a la nuestra, se manifiestan de forma irremediable en agresión.

A pesar de que casi todas las leyes y constituciones del mundo hablan de igualdad y de que todos los seres humanos tienen los mismos derechos; la realidad es que el odio hacia lo diferente lo podemos ver justo afuera de la venta… o peor aun, dentro de nuestra casa.

Hablando sólo de México, el racismo es un problema que nos ha seguido por toda la historia y parecería que jamás nos olvidaremos de él.

Odiamos al indígena y despreciamos su cultura y tradiciones. En algún momento convertimos en objetos a las personas con piel morena y menos oportunidades.

Y cuando eso pasa es muy fácil odiarlos e utilizarlos.

Hace tiempo hablaba con una persona que emigró por un par de años a Europa. Él trabajaba para una empresa importante y vivía en un apartamento cerca de su oficina. Todo era bueno para él, excepto el hecho de que contratar ayuda doméstica no sólo era caro, sino que tenía que pagar seguro y pensión al trabajador o trabajadora.

Es decir, en este país las cosas se hacían de forma legal y beneficiosa para el empleado. Como debería ser.

Y él vivía añorando su vida en México, donde una empleada doméstica indígena trabaja por muy poco dinero y sin ningún derecho laboral. Es decir, la mano de obra indígena en México es barata porque él y toda la gente de su nivel socio-cultural, consideran que los mexicanos sin mezcla extranjera son objetos disponibles para su servicio.

No hay leyes, seguridad social ni prestaciones. Es un tipo de esclavitud cotidiana que a nadie parece importarle.

Por desgracia esto es tan sólo un ejemplo. En muchos países latinos sucede lo mismo, y el círculo de la xenofobia nunca termina. Lo pasamos de padres a hijos.

¿No es horrible?

Cambiar la xenofobia no es fácil. La tenemos muy grabada en las idiosincrasias nacionales. Pero con voluntad y poniendo atención a nuestros actos, podemos ver más allá y dejar de etiquetar a la gente, para convertirla en hermanos habitantes de esta Tierra.

Con el corazón abierto debemos mirar a los ojos de todas las personas y entender que todos los seres vivos somos una sola expresión de la vida. Somos moléculas de agua en un océano cósmico.

Todos los actos ignorantes realizados contra cualquier ser humano afectan al universo y a la realidad misma.

La naturaleza del Buda está en todos nosotros. Es cuestión de querer crecer como especie.

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