Los humanos buscamos el camino de menos resistencia para hacer las cosas.

Odiamos el esfuerzo en cualquiera de sus etapas y presentaciones. Admiramos a quien puede dormir hasta mediodía a y se desvela toda la noche. Soñamos con ganar algún premio que nos inunde de caudales de dinero sin trabajar. Buscamos la píldora mágica para bajar de peso o que nos cure de nuestras adicciones.

Pero al mismo tiempo vemos con envidia a quien logra metas, a quien empuja los límites siempre un poco más, a quien destaca, a quien se comporta mejor en reuniones.

Lo primero que viene a la mente es algo como «yo podría lograrlo también, pero no tengo tiempo».

Nos justificamos diciendo que ya es demasiado tarde, que no hay el dinero, que nací en el país equivocado, que Dios no me llamó por ese camino.

Esta nefasta filosofía se transmite de padres a hijos y ha estado envenenándonos por generaciones.

Sabemos que el monstruo más horrible está ahí.

Y le tememos. Huimos de él porque sabemos que no podemos enfrentarlo. No soportamos la idea de caer en sus garras porque quedarse inmóvil es mejor.

Nos llenamos la cabeza con ideas de que la rutina es mala.

La disciplina es el dragón más grande a vencer.

Es la que nos hace aprender a tocar un instrumento musical, a comer mejor, a hacer ejercicio, a tener mejores modales, a leer, a meditar, a ser mejores.

La disciplina es el general que te hará levantar temprano a ver el amanecer con tu frente perlada en sudor.

Es la explosión nuclear que destruye el «no puedo» y lo evapora, para dar paso a «hoy logré un poco más».

Es el poder de la rutina y de los rituales cotidianos. Es la inversión del tiempo que capitaliza en la repetición.

Para el budismo zen, la disciplina y la repetición son la base del estudio y el conocimiento; pero al mismo tiempo es la base para llegar mejor a ningún lado, por paradójico que suene.

¿Porqué ahora es políticamente incorrecto exigirle a los jóvenes? ¿Porqué está mal visto?

Muchos de los problemas que tenemos como sociedad, como el bullying  o la obesidad, podrían ser evitados con disciplina.

Si sabemos que ésta nos permitirá recoger frutos asombrosos, ¿porqué la rehusamos?