Naco.

Esta es quizá una de las palabras que menos me gustan. Es inhumana, denigrante y expresa la ignorancia de quien la usa.

En México, el término naco se utiliza como insulto para etiquetar a alguien que se le considera como persona de segunda clase. Expresa los muy lamentables problemas de racismo y sistema de castas que pudren a mi país desde adentro.

Es una marca que se le adjudica a alguien que no cumple con expectativas, que no tuvo las mismas oportunidades, que no pertenece al grupo.

Es un concepto que en lo profundo, se encarga de dividirnos y de demonizar las diferencias entre las personas.

Pero es tan sólo una etiqueta más porque las utilizamos todo el tiempo. Y no es que sea malo, ya que necesitamos etiquetar el universo que nos rodea para poder relacionarnos con él.

Gracias a las etiquetas podemos distinguir el calor del frío, la oscuridad de la luz, lo agradable de lo incómodo. Son un apoyo maravilloso para aprender y crecer.

Pero también es muy fácil agregarles veneno para estamparlas en quien es diferente a nosotros y así poder odiar con más comodidad.

Cuando alguien no pertenece a mi nivel, grupo social o religión, entonces se convierte en un objeto dispuesto a ser atacado. Esa es la raíz del racismo, clasismo y todos los crímenes de odio que han acompañado a la humanidad a lo largo de la historia.

Y considero imperativo aprender a no etiquetar a la gente. O al menos no de maneras que promuevan las diferencias.

No, no es tan difíl de lograr. Sólo basta con estar atentos a lo que decimos y pensar si nos gustaría estar en los zapatos de la persona que llamamos naco. Estoy seguro de que no.

Todo esto lo escribo porque uno de los beneficios inesperados que trae la práctica dedicada de zazen (meditación), es que las etiquetas comienzan a desvanecerse poco a poco. Es como si la mente comenzara a derribar las murallas que separan al Yo del resto del universo.

Al final, derribar murallas es lo que necesitamos para avanzar.