En este mundo obsesionado por tener y por alcanzar metas, vivimos inmersos en las trampas de la personalidad. Asumimos que somos lo que comemos, lo que vestimos, lo que poseemos y nuestros deseos definen la personalidad.

«Es que es una persona ambiciosa», dicen, como si sentir hambre por avanzar fuera lo mejor que cualquiera pudiera tener.

He conocido personas que llegan hasta el extremo de no querer bajar de peso, bajo el pretexto de que los sabores de la comida son lo que les da identidad como persona. Entre más comen, más seguros de sí mismos están.

Pero la ropa, los autos, los títulos y los colores de piel son sólo una distracción que nos evita llegar a ver quiénes somos en verdad.

Somos mucho más de lo que portamos. Nuestra esencia es más profunda que los títulos y reconocimentos.  No somos las ambiciones, ni las relaciones personales.

Pero hasta que nos tomamos el tiempo de encontrar el silencio interno, hasta que detenemos el tren social y miramos hacia adentro, sabemos lo que somos en realidad.

Cada persona tiene la tarea de encontrar lo que hay después del silencio.

Es la esencia, la pureza que siempre hemos buscado. Sin basura ni etiquetas, sin música y sin distracciones.

Es lo que te define como tú.