Hace muchos años, antes de que mi entrenamiento budista se convirtiera en camino de vida, yo trabajaba en una agencia de comunicación. Debido a que mi casa estaba lejos, me veía obligado a pedir comida a domicilio. Sólo contaba con 1 hora para comer.

Alguna vez pedí por teléfono un sándwich a una cafetería cercana. Conforme se iban sumando los minutos de espera, mi humor se iba haciendo más y más amargo. Luego de 40 minutos mi comida no había llegado. Enfurecido, llamé a la cafetería para preguntar por qué mi emparedado no había llegado. Noté cómo la persona que me atendía titubeaba. ¡Habían olvidado MI comida!

El dependiente volvió a tomar mi orden y me dijo que en 10 minutos estaría ahí. Colgué muy enfadado y de muy mal humor.

Diez minutos se convirtieron en 20 y el pedido llegó.

De mala gana la recibí y me apresuré a ir al comedor. Tendría que comer en menos de 5 minutos.

Al tomar el sándwich en mis manos noté que el pan no tenía buena consistencia. Al morderlo sentí que el pan no era fresco y estaba más bien aguado. Mi pedido había sido olvidado, ya no tenía tiempo de ir a comer otra cosa y encima de todo, el pan no era fresco. ¡AAAARRRRG!

Una explosión nuclear de furia y odio surgió de mi estómago. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podían haberme esto a MI? ¡No sabían con quién se estaban metiendo!

Con toda la ira del mundo aventé la comida a la basura. Corrí por el teléfono y por 10 minutos el encargado de la cafetería tuvo que soportar mis gritos y amenazas. Mis compañeros se pusieron tan incómodos que prefirieron apartarse de mi el resto del día. Fue una de las tardes más amargas de mis 20’s.

Mirando hacia atrás puedo decir me avergüenzo de mi comportamiento. Actué como el ególatra profesional que era, hice sentir mal a mucha gente, me quedé sin comer y además gasté dinero extra en más comida. Yo mismo me encargué de que mi sufrimiento fuera amplio y expansivo.

¿Cuántas veces no pasamos por este tipo de situaciones? De pronto el universo no cumple con nuestros caprichos y expectativas; y esto nos destruye. Convertimos situaciones normales de la vida en problemas.

Tenemos el ego tan inflamado y fuera de control, que envenenamos nuestro juicio pensando que el universo nos debe algo. En realidad es todo lo contrario. Somos lo que somos gracias a que el universo funciona. Nosotros somos los que tenemos la obligación de aportar algo de regreso al universo.

Para el budismo los problemas no existen. Lo que existe son situaciones de todo tipo en un fino balance que sólo se puede apreciar con la mente en calma. La vida es un paquete que incluye la felicidad, dolor, risa, oscuridad, aire, maldad, compasión y miles de etcéteras.

Estas situaciones son convertidas en problemas por nosotros mismos, por nuestros apegos, opiniones y ese horrible sentimiento de auto importancia que tenemos.

Sin duda hay situaciones que necesitan toda nuestra atención como:

  • Resolver situaciones en el trabajo, que es nuestra fuente de sustento.
  • Lidiar con el desempleo.
  • Cuidar de una persona enferma.
  • Entregar tareas en la escuela.
  • Arreglar el corazón luego de una separación.
  • Ayudar a alguien.
  • Asegurarnos una vida cómoda y tranquila.
  • Convivir con personas difíciles.

Pero de ninguna forma son problemas.

La vida es lo que es. Punto.

Cuando entendemos esto podemos estar libres de prejuicios y opiniones. Así es más fácil atender lo que sea que se presente y sin caer en pasiones ni berrinches.

¿Cómo terminó mi pequeña historia de berrinche? Mi ego convirtió un hecho cotidiano en un incidente internacional. Fui el loco iracundo de la oficina por muchos años a venir (al día de hoy se me recuerda así). Por semanas la gente evitó comer conmigo. La cafetería siguió operando e incluso abrió nuevas sucursales.

Así que sabiendo esto, mira todo lo que te rodea. Mira a las personas difíciles. Revisa tu lista de pendientes. Piensa en tu familia y amigos.

Y repite conmigo: ¡No hay problema!