Por más que me esfuerce me es imposible dar una definición de Zen. Sería pretencioso y tonto en extremo. No soy nadie en realidad.

Han pasado casi dos milenios 800 años* desde que Master Dogen llevó el Zen a Japón, tiempo en el que ni académicos ni maestros han llegado a una definición concluyente.

Esto es porque el Zen se siente, se percibe con los sentidos y con atención plena. Cada practicante llega a entender el Zen después de años de practicar zazen, con disciplina y sin esperar nada.

Por supuesto existen convenciones muy útiles:

Zen es el universo completo, sin agregar nada y sin restar nada. Zen es aceptar la vida como está. Es todo el rango de emociones humanas, es todo lo desagradable, es la muerte, es el silencio.

Estos conceptos nos abren la mente para encontrar un significado personal que se parezca a las averiguaciones de Dogen, plasmadas en el Shobogenzo (su obra máxima).

Con todo esto podemos acercarnos a saber qué es Zen. Y aunque una definición sea elusiva, sí podemos estar seguros de lo que NO ES el Zen.

Esto viene porque el fin de semana leí una columna en cierto blog mexicano de opinión política. La autora del texto habla sobre la furia y de cómo todo mundo está harto, de que no deberíamos calmarnos y que debemos usar la ira para el cambio social.

A pesar de que entiendo su enojo, la escritora luego dice:

…un zen es un renunciante que no está sometido a ninguna práctica productiva, no se entrega todos los días al tráfico ni a la competencia; es alguien que decide romper el molde del estándar porque no le viene bien, porque lo asfixia, porque lo deja sin espíritu.

Nada más lejos de la realidad.

Tengo muchos años viviendo el Zen y nunca he renunciado al trabajo, a cuidar mi cuerpomente, a los problemas cotidianos y jamás doy la cara a la adversidad. Seguro, a veces es difícil. Pero esto también aplica para muchísimas personas en el planeta que son «Zen».

Zen no es nihilismo. No nos abandonamos a que la vida nos atropelle. Jamás dejamos que pasen encima de nosotros y hacemos valer derechos por medio de la práctica de nuestras obligaciones.

Ser Zen es ser un ciudadano consciente que vive en armonía con la realidad y con el mundo espiritual, apoyado en el conocimiento del Buda y de Dogen Zenji.

Aceptamos la vida como es, no importa que la enfermedad y la muerte nos vean de frente.

Aceptamos el abuso político, mental y personal.

Aceptamos que así son las cosas.

No agregamos nada, no quitamos nada porque esa es la materia prima con la que se construye la vida.

Con esto avanzamos y trabajamos para mejorar el entorno y sacar adelante a todos los seres vivos que no sienten o que no reciben compasión.

Sentimos furia, pero la convertimos en virtud con acciones constructivas.

Zen no es un producto que promete tranquilidad. Tampoco es una actitud o preferencia.

Con la práctica diaria y diligente de zazen tenemos la tranquilidad necesaria para sacudir las pasiones y los juicios que nublan la mente. Así se puede sonreír ante la adversidad para salir adelante un paso a la vez.

Porque cada paso es una llegada completa.

No hay a dónde ir porque ya hemos llegado a nuestro destino. Hoy. Aquí. Ahora. Sin apegos ni aversiones.

* Fe de Erratas

Muchas gracias a Rolando Bernal de zenmexico.org por la corrección a la fecha. Es correcto. Master Dogen llevó el zen a Japón en 1227.  ¡Gracias!