NOTA: Soy sólo un tonto de mente simple que plasma aquí lo que piensa el hamster que habita dentro de mi cráneo. No pretendo hacer análisis político, tomar bandos o siquiera entender lo que pasa a mi alrededor. Hablo como persona, como monje budista y como ser humano. Lo que aquí escribo es el reflejo de mi infinita ignorancia e ingenuidad que siempre me ha caracterizado. Lee bajo tu propio riesgo.

Son tiempos difíciles para la humanidad. Hay crisis económica, política y humanitaria en muchos lugares de conflicto del planeta. México, Venezuela, Estados Unidos o Siria son sólo algunos.

Revisando, pensando y sentándome en zazen con todo esto, me doy cuenta que en todos los conflictos hay características base en común.

No importa de qué conflicto se esté hablando, una de las principales víctimas es la compasión.

Parecería que hemos asesinado nuestra capacidad de empatía, esa que nos lleva a pensar que el otro también está sufriendo y que tiene la misma capacidad que yo de pensar diferente.

Pero Chocobuda, ¿cómo es posible que los políticos/criminales/narcos/líderes sufran? ¡Ellos son el mal encarnado!

Los que consideramos enemigos son personas también y, peor, están en sufrimiento constante. Por ejemplo, tienen que vivir con ellos mismos y con su sed de poder/dinero, así como con las consecuencias de sus actos. Eso debe ser horrible de verdad.

Sin duda hay personas que causan mucho daño. Pero eso no las hace menos personas.

Esto me lleva a mencionar otra característica de los conflictos humanos: el concepto de separación.

Sí, sé que voy a recibir una lluvia de basura por esto, pero separar a la humanidad en bandos jamás ha funcionado. Y la historia humana me respalda.

Separar a la humanidad en buenos y malos genera una división tan profunda, que es muy fácil tornarse al fundamentalismo y la polarización. Surgen pensamientos como «si no estás conmigo, eres mi enemigo», y en esa medida es muy fácil convertir al enemigo en objeto. Deja de ser persona.

Cuando eso pasa, el odio comienza y envenena la mente. Suspende la razón y la violencia surge. Esa es la raíz de la violencia de género o el racismo, entre otros.

Estás mal de la cabeza, Chocobuda. Nosotros somos los buenos. Los políticos son los malos. Hay que hacer que caigan. Necesitamos justicia.

Una vez que convertimos a alguien en objeto, podemos juzgarlo pasando por alto nuestros propios problemas. Nos volvemos fundamentalistas y creemos que nuestro bando es el que ha sido enviado por los dioses. Luego nos enfocamos sólo en las cosas malas del otro y comenzamos a usar la palabra «justicia», aunque no la conozcamos. Lo que se busca en realidad es culpables para luego cobrar venganza.

Justicia y venganza son muy fáciles de confundir en la mente envenenada por el odio.

Y podría seguir. El hecho es que en tiempos desesperados se vuelve urgente tener un sistema de valores que nos permitan entender la vida de manera pacífica y profunda. Tal sistema se llama budismo.

No, no es que crea que todo el mundo deba convertirse al budismo. Es sólo que nos apunta a valores universales que necesitamos cuidar como la compasión, la generosidad y la cultura.

Entender que todos los seres vivos son capaces de sufrir, hace que el corazón se abra.

Saber que la cultura, el arte y la ciencia son la base del conocimiento humano y la peor pesadilla de los gobiernos corruptos, nos llevará a tomar mejores acciones.

Observar la naturaleza y nuestro propio cuerpo nos da el conocimiento de que ningún cambio es automático. Todo lleva tiempo de gestación, aun los grandes cambios sociales.

A la vez, el estudio y comprensión de los hábitos nos da cimientos sólidos para controlar las cosas que están a nuestro alcance. Tener buenos hábitos de trabajo y estudio, por ejemplo, cuidará nuestra mente y razón, a pesar del caos de nuestro país.

Saber instalar hábitos positivos nos permite pensar con claridad, calma el estrés y nos da dirección.

Tanto el estudio del budismo, como la comprensión de hábitos, pueden ser herramientas insuperables para momentos de crisis.

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