Hace un par de días estaba yo dispuesto a tener un martes como cualquier otro. Café, zazen, yoga, desayuno, estudio y trabajo.

Pero la Señora Impermanencia me visitó para mostrarme que mis planes no significan nada para ella. Sin ningún aviso, la compañía eléctrica decidió cambiar cableado en mi calle, así que cortó la energía de las 9:00 AM hasta las 10:00 PM.

En lugar de frustrarme por esto, agradecí la oportunidad porque realmente necesito descansar. Así que comencé a leer, tuve una sesión extra y larga de zazen y luego fui al mercado por la comida del día.

Regresé a preparar la comida, dormí una siesta y tomé mi lectura de nuevo.

Como toda la calle estaba sin electricidad, no había tanto ruido. Excepto por el de mis vecinos de a lado, que parecía estaban teniendo el peor día de sus vidas.

Sin energía no tenían televisión, Internet, horno de microondas, no había cómo recargar baterías de teléfono, no había música y nada de la vida morena.

La única opción que quedaba era pasar tiempo entre ellos, conviviendo. ¡HORROR!

En sus palabras podía escuchar miedo, ira y frustración. Estaban desesperados por volver a tener algo, lo que fuera, para no pasar tiempo juntos.

Entrada la tarde, decidieron empacar sus cosas y huir de su casa para pedir asilo en algún otro lugar con electricidad.

Los vecinos son el reflejo y resultado de cómo son las familias en estos tiempos: estamos solos, somos miserables con todo lo que pasa al rededor y es mucho más fácil mantener una relación personal con texto, que con presencias humanas.

Nos hemos vuelto completamente intolerantes al contacto directo con nuestra familia. Nos pone incómodos y lo vemos como una gran carga. Ésto genera una reacción en cadena de ira, sarcasmos, frustración, depresión. En una palabra: vacío.

Éstos estados alterados son producidos por mentes inquietas, presas del aburrimiento, que no tienen idea de cómo tomar el control de sus emociones. Se crean fantasías y autoengaños que transforman nuestra experiencia de vida para envenenar nuestras relaciones.

Todos así, pero es en especial más triste verlo en niños y jóvenes. Tenemos en nuestras manos varias generaciones que evitan la convivencia familiar a toda costa, en parte porque los padres usan la tecnología para evadir la responsabilidad de pasar tiempo con los pequeños.

¿Qué hacer para remediarlo? Creo que no hay salida fácil. Cada familia es diferente y primero necesita entender que ha caído en esta serie de conductas, aceptarlo con toda honestidad, para luego tomar acciones.

Mis vecinos han regresado a casa. Los niños a ver la televisión y a sus tablets, la mamá a Facebook y el papá a sus diferentes pantallas. La vida no cambiará. Promoverán el vacío y matarán por él.

La pregunta que formulo es… ¿vale la pena deshumanizar a la familia al grado de sentir miedo por la convivencia?

Las familias que promueven la convivencia y la meditación son más unidas, disfrutan más su tiempo juntos y se divierten más. ¿Suena bien? Te invito a Jizo, taller de meditación para niños y padres.