El cerebro humano es una computadora (ordenador) orgánica que tiene muchos paralelos con su contraparte digital que usamos todo el tiempo para trabajar y comunicarnos.

Consta de hardware compuesto de procesadores, memoria y millones de conectores; tiene firmware que contiene la programación básica de nuestras funciones vitales, evolutivas y de especie; pero requiere de software para funcionar.

Estos programas son aprendidos de manera social y por repetición. Desde muy pequeños descargamos programas de servidores que nos rodean, pero que están conectados a la red social que nos rodea. El primero de ellos es nuestra madre, quien con amor y paciencia nos instala las primeras rutinas necesarias para la vida. Luego está el padre, familia, amigos, medios de comunicación… todo el tiempo estamos descargando programas nuevos que van formando nuestra personalidad y forma de relacionarnos con el universo.

El problema con los programas que nuestro cerebro corre es que una vez que están funcionando, es virtualmente imposible cerrarlos. Estará corriendo por muchos años o hasta el final de nuestros días, lo cual hace que estén generando pensamientos y abstracciones de tiempo completo. Es decir, producen pensamientos.

Pensar no tiene nada de malo. Es lo que hacemos los humanos para que el universo tenga sentido. Pero nunca entendimos que los pensamientos solo ocurren dentro de nosotros y de ninguna manera reflejan la realidad. Los pensamientos y nuestro ego interpretan la realidad.

Vivimos como en una especie de sueño, lo que nos lleva al sufrimiento.

Cuentan los historiadores que cuando el Buda se iluminó, lo primero que dijo fue algo como: «¡Qué maravilloso! ¡Todo Lo Que Es ya lo tiene! Todo tiene naturaleza búdica. Pero los seres humanos no lo entendemos. Por eso sufrimos.»

Cuando nos dejamos llevar por el resultado de nuestro software, asumimos que esa es la realidad. Si algo no nos gusta o si la vida se sale de control, sufrimos. Si la Señora Impermanencia nos muestra su poder, sufrimos.

Como nunca nadie nos enseñó que el software no somos nosotros, no podemos ver que dentro de nuestra circuitería interna existe la naturaleza búdica. Vivimos en un sueño del que pocos despiertan.

Una propuesta básica del budismo Zen es que la práctica de zazen nos ayuda a apagar estos programas, aunque sea por unos minutos. Así la memoria se vacía y se reinician los procesadores.

Zen es soltar todo lo que nos hace sufrir, pues ha sido creado por nuestra mente usando los programas llamados Deseo, Aversión, Avaricia, Ira, Ignorancia.

Zen es terminar voluntariamente el sueño para despertar a la realidad.