Todos los años me encuentro rodeado de personas que explotan en energía por comenzar sus propósitos de año nuevo. La mayoría reconocen la necesidad de instalar uno o muchos hábitos que cambiarán SU vida.

La primera semana laboral de enero arrancan con todo el aplomo de un héroe de leyenda, para fallar una semana después. En el mejor de los casos se mantienen firmes hacia finales de febrero, pero al final los propósitos se mudan al mundo de la fantasía. Y la vida sigue igual.

¿Por qué fallé?, es la pregunta recurrente.

Revisando libros, blogs y otros materiales, me percaté de que casi toda la documentación y motivos existentes en torno a los hábitos, están enfocados al ego.

Dan por hecho que el motor del cambio debe ser la búsqueda personal de engrandecimiento propio. Algunos llegan tan lejos como firmar un contrato con uno mismo para no fallar.

Bajarás de peso, meditarás diario, harás ejercicio, serás más productivo, no te desvelarás… Tú. Sólo tú. Firma aquí.

Por supuesto la mente traduce esto como: el beneficio de estos esfuerzos es para mi y nadie más.

Yo bajaré de peso para el verano.

Yo tendré más concentración.

Yo reduciré mi estrés.

Yo mejoraré mi salud.

Yo generaré más dinero.

Esta mentalidad apuntala el ego y la mente divisoria, que tantos problemas nos causa. Queremos que el universo cumpla nuestros caprichos y nos mantenemos separados de los demás.

Ya sea bajar de peso, tener más dinero, un mejor empleo, un auto nuevo; cualquiera que sea tu propósito, no depende de ti solamente. Depende del trabajo, cariño y dedicación de miles y miles de personas.

¿Has pensado todo el trabajo humano que está detrás de los zapatos que llevas puestos?

Todo lo que somos, lo que tenemos y lo que deseamos depende de un sistema más grande de lo que nuestra mente humana puede asimilar.

Nos cerramos a la realidad de que absolutamente todos en esta vida estamos interconectados.

Los métodos de hábitos olvidan esto por completo y fracasan porque no enseñan que todos nuestros actos  tienen consecuencias, buenas y malas.

Entonces, cuando nuestra motivación para el cambio es egoísta, las posibilidades de falla se incrementan; al igual que la probabilidad de sufrimiento para ti y para los seres vivos que decides olvidar.

Nos visualizamos teniendo éxito en lo que emprendemos, disfrutando la recompensa del arduo trabajo. Sin embargo, olvidamos que estamos rodeados de un universo al cual pertenecemos. Si el universo no cumple nuestras fantasías, viene la frustración y la culpa.

Esta tendencia de fracaso puede continuar ad infinitum. Sólo se romperá hasta que comprendamos que nuestras acciones repercuten en el universo que nos rodea, que nuestras relaciones personales son afectadas y que podemos inspirar a los demás.

Si abrimos la mente, olvidando por un momento el conocimiento convencional, y observamos nuestra propia vida; podremos notar los finos hilos que conectan la realidad.

Cualquier cambio de hábitos es mucho más grande que nuestro ego. Nos afectan a todos.

Tus cambios de hábitos me afectan a mi, así como mis acciones te afectan a ti… sí, no importa que estemos en lugares físicos distintos.

Ejemplos:

Al trabajar de forma más eficiente mejoras a la empresa en la que trabajas. Esto genera más recursos y dinero para mantenerte con empleo a ti y a tus compañeros. 

Al comer alimentos saludables mejorarás tu salud. Esto te dará salud y energía para disfrutar a tu familia y amigos, quienes se benefician de esto para su propia felicidad.

Al meditar diario mejorarás tu mente. Ello te dará calma y paciencia para que los demás se sientan seguros y tranquilos junto a ti; haciendo que trabajen mejor, que tengan mejores días.

Cuando entendemos esto, los hábitos adquieren un nuevo matiz porque dimensionamos la responsabilidad que hay de por medio.

Somos los autores de nuestra propia felicidad, eso es real. Pero también somos responsables de la felicidad de quienes nos quieren, de nuestra familia y amigos, y del universo en general.

Muchos métodos de hábitos se centran en una recompensa final ególatra.

Pero creo que es mucho mejor pensar en nuestra responsabilidad de mejorar a los demás, de empujarlos hacia adelante siempre.

Eso es más grande que tú y que yo juntos. Eso es lo que hace que valga la pena pertenecer a la raza humana.