Cuando tenemos el corazón roto escuchamos las canciones más dolorosas que podemos por que no soportamos escuchar el silencio y agonía que llevamos por dentro. Lo intentamos todo. Salimos con otras personas, bebemos alcohol o usamos cualquier cosa que nuble el juicio. Deseamos no despertar a la mañana siguiente y que un asteroide lo destruya todo.

Lo que sea es mejor que tomar la responsabilidad de nuestro sufrimiento, que es adictivo porque evita que pensemos y nos hace entrar en una conducta que lo justifica todo. Al fin y al cabo estoy triste.

Un día sucede al otro y si no tomamos acción, el sufrimiento del corazón roto se transforma en depresión que puede durar años.

Y todo por no entender que tener el corazón roto es el resultado de NUESTRAS acciones, no de la ex-pareja, del hijo o del medio ambiente.

Todas las historias de amor son diferentes, claro. Sin embargo los seres humanos repetimos patrones a lo largo de nuestra vida sentimental. No aprender de ellos nos hará caer mil veces hasta que el mensaje nos llegue.

En muchos textos budistas podemos encontrar enseñanzas sobre los sentimientos y la experiencia humana. Básicamente todos apuntan a que las relaciones interpersonales exigen atención consciente y la toma de responsabilidad. Desde el momento de saludar a alguien es necesario entender que estamos firmando un pacto silencioso de cuidado mutuo. Si tú me cuidas, yo cuido de ti y avanzamos juntos.

Pero el grave problema del simio que se autonombra como humano, es que es pretencioso y ególatra. Hará lo posible para que el universo cumpla sus caprichos, evitando poner de su parte. Y es que los caprichos están cimentados en la ilusión del deseo, esperanza y expectativas. En la cabeza pensamos en cómo deben ser las cosas para asumir así saldrán todo el tiempo. ¿Por qué no? ¡Por el solo hecho de haber nacido, debo tenerlo todo!

Obvio, esto se extrapola a las relaciones personales. Asumimos cómo debe ser y nos sentamos a esperar. Cuando la otra persona no sigue la historia de nuestra imaginación y actúa por su propia cuenta, nos rompe el corazón. Es decir, ambas partes solo deseaban cultivar la cosecha de su imaginación.

Entonces se rompen los corazones y llega el dolor.

Al comprender que somos nosotros quienes nos rompemos el corazón, nos hace un poco más fácil comprender que repararlo también ha estado siempre en nuestras manos.

El budismo es un a filosofía de acción y responsabilidad, así que no hay tal cosa como un proceso de duelo o luto. En cambio existen acciones de duelo y de luto. Exigen una postura activa para salir adelante.

La cultura occidental ve el duelo como una serie de factores externos a la persona. Estamos acostumbrados a entender la vida como una serie de situaciones AJENAS a nosotros. Pero además estamos en la cultura de la culpa y el sufrimiento perpetuos.

Lo que Él/Ella me hizo. Lo que ellos me hicieron. Me traicionaron. Todo ese discurso donde la idea del YO aparece.

Pero en el Zen las emociones y reacciones son nuestra responsabilidad absoluta. Así que el duelo del corazón roto, a pesar de ser natural, requiere de tomar acciones para llevarlo a cabo y a que termine en algún punto:

1. Aceptar los sentimientos. Lo que sea que llegue, hay que aceptarlo y vivirlo. Hay que llorar, hay que estar tristes. Está bien. Necesitamos darnos permiso para sentir y llorar.

2. Poner atención al momento presente. Es natural comenzar a emitir juicios y a abrazarnos al recuerdo. Es necesario enfocamos en lo que hay aquí y ahora.

3. Solucionar pendientes. Esto es importante y hay que mantenerse fríos lo más posible, sin buscar venganza. Esto es para hijos, deuda, viajes, amigos… todo lo que involucre la vida de pareja.

4. Vigilar el lenguaje. Es normal que luego de la tristeza sintamos odio. Pero el odio se alimenta del lenguaje. Si vigilamos el lenguaje interno y hablado, evitaremos poner etiquetas, insultar o gritar. Siempre hay que permanecer amables!

5. Agradecer. Aunque la relación termine, hay que sentir gratitud. SIEMPRE HAY QUE AGRADECER AL EX.

6. Cuidar el cuerpo. No comer de más (o de menos), hacer ejercicio, caminar lo más posible, alimentarse bien.

7. Decir adiós. Entre más te abraces al recuerdo y a la fantasía de cómo debió haber sido, más sufrirás.

8. Soltar.

Si te detienes a pensar, todas estas acciones se pueden ejecutar cuando tienes la mente en calma. Y si has leído Chocobuda antes, sabrás que la espina dorsal de la práctica espiritual es la meditación.

Así que vivamos el duelo y la tristeza. Nada de malo en ello.

Pero reparar el corazón roto no será magia. Requiere responsabilidad y acción.