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En tu rostro se dibuja una sonrisa de oreja a oreja. Eres una de las personas más felices del universo porque acabas de estrenar lo que habías deseado por meses. Luego de un camino que parecía eterno, al fin está en tus manos. No importa la deuda, no importa lo que hicieras. Aquí está. Es todo tuyo.

Lo usas, lo disfrutas y avisas a toda la sociedad que eres una persona de éxito. Triunfaste, para envidia de los demás.

Te felicitas y te bañas en tu éxito. Y un par de días después la novedad termina. El objeto de tu triunfo (auto, teléfono, televisor, nueva pareja, empleo de ensueño, viaje, o lo que sea) se funde con el entorno y ya no te hace feliz como lo habías anticipado. De hecho, ahora te topas con la realidad de que tienes que cuidarlo, mantenerlo y pagarlo).

Y justo porque este triunfo no te hizo feliz, regresas a la búsqueda de otro deseo que te de la ilusión de felicidad. Es un ciclo infinito.

¿Has estado ahí? Yo sí, más veces de las que puedo recordar. Es una condición humana natural en la que pensamos que cumplir nuestros deseos trae felicidad. Nuestros abuelos fueron educados para cumplir deseos y caprichos. Nuestros padres también, y nos educaron en la misma línea.

Vivimos bajo la ilusión de que el universo debe cumplir nuestros deseos. Crecemos y trabajamos solo para eso, pero en algún punto nos percatamos que esta búsqueda por mini euforias nunca hos ha hecho felices. De hecho estamos más vacíos y solos que nunca.

Las personas desarrollamos esta super compleja relación con los deseos, donde les asignamos valor y los tomamos como estandarte.

Pero los deseos no significan nada. Son solo pensamientos resultado de los caprichos del ego.

Piensa en uno de tus más grandes deseos. El que sea. ¿Listo? Ahora mira a tu al rededor y verás que no está. No existe. Esto es porque el deseo es solo una fantasía de tu ego. Carece de sustancia y es intangible. Es un pensamiento en la misma calidad que un recuerdo o un plan del futuro.

Como todos los pensamientos, cuando de asignas demasiado valor a tus deseos, en algún momento tomarán el control de tu razón y se convertirán en la raíz de tu sufrimiento.

No tiene nada de malo vivir con deseos en el corazón. Todos queremos una mejor vida, un mejor gobierno, una existencia más cómoda. Eso está bien. Es lo que nos hace humanos y lo que forjó la civilización.

Lo que nos hace sufrir es abrazarnos al deseo y vivir en obsesión. Si de pronto el deseo se convierte en tu motivo de vida, estás caminando el sendero del sufrimiento y en algún punto será enloquecedor.

Sentir el fuego por el progreso, por el cambio; y trabajar para lograrlo es maravilloso. Pero nunca hay que perder de vista que cumplir los deseos jamás serán felicidad, además de que la vida siempre es dinámica. La vida tiene sus propios motivos, tiempo y agenda, que nunca van a coincidir con los tuyos.

Podemos caminar paso a paso para cumplir deseos, pero siempre bajo la inteligencia de que todo es impermanente, insatisfactorio y carente de sustancia. Estas son las Tres Marcas de la Existencia que nos dejó el Buda.

Si las tienes en claro, tu relación con los deseos será muy simple y podrás verlos por lo que son: caprichos del ego sin ningún control sobre ti.

Así que respira y mira tus deseos de esta manera. Es liberador.