Hui Neng (pronunciado huei nong) era un campesino analfabeta de una provincia en China continental. Pasaba sus días trabajando para distintos jefes y también cuidaba de los campos de arroz. Un día, luego de haber acarreado leña para una tienda, encontró a un hombre recitando el Sutra del Diamante:

«…todos los Bodhisattvas, grandes o menores, experimentarán la mente pura que sigue a la extinción del ego. Una mente como esta no discrimina haciendo juicios sobre sonido, sabor, tacto, olor o cualquier otra cualidad. Un Bodhisattva debería desarrollar una mente que no forme ataduras ni aversiones hacia nada.»

Al escuchar estas palabras, Hui Neng llegó a la iluminación.

El hombre que recitó estas palabras impulsó al joven campesino a buscar a Hung Jen, Quinto Patriarca del Zen, en el monasterio Tung Chian. Hui Neng lo dejó todo para ir en busca del maestro.

Al llegar al templo, Hung Jen entrevistó al aspirante.

—Soy un campesino de una lejana provincia—, se presentó Hui Neng. —He viajado desde lejos para presentar mis respetos a usted. No pido otra cosa que no sea la budeidad.

—¿Eres de la provincia de Kwangtung, es decir, un bárbaro?— preguntó el Patriarca. —¿Cómo esperas ser un Buda?

—Aunque existen hombres del norte y hombres del sur, norte y sur no afectan la naturaleza búdica. Un bárbaro es diferente a usted sólo físicamente. Pero no hay distinción en nuestra naturaleza de Buda.

Hui Neng fue aceptado de inmediato en el monasterio.


Desde la antigüedad, para el budismo zen no existen distinciones de ningún tipo. No hay hombres, mujeres, castas, color de piel o clase.

Habemos seres vivos en igualdad, equidad y todos buscamos estar en armonía con la vida.

Solo estás tú y yo. Todos. Como un solo ser. Esa es la gran verdad de la naturaleza.