El trabajo del Tenzo (encargado de cocina del templo) es peculiar. Hay que levantarse más temprano que todos para preparar los alimentos del desayuno que será servido en Oryoki (ceremonia de la comida). Por lo regular es arroz, vegetales en vinagre, ajonjolí y té. Suena sencillo, pero todo requiere cuidado absoluto para servirlo a los compañeros monjes.

Luego del desayuno hay que limpiar todo, pensar en la comida e ir a comprar lo que sea necesario. Al llegar del mercado hay que lavar y preparar la comida de nuevo, que es la última del día.

Por la tarde, luego de haber limpiado todo, se prepara el arroz, la soya (soja), los vegetales para el día siguiente. El encargado de cocina es el último en ir a la cama, en la noche.

En los días que pasé en retiro, mi trabajo como Tenzo fue arduo. Un día en particular, cuando estaba lavando el arroz, me di cuenta que por estar tanto tiempo en la cocina me estaba perdiendo de instrucción y práctica en el zendo.

Esto provocó sentimientos de frustración porque una parte de mi quería estar con los demás monjes, leyendo sutras y practicando junto a los Maestros.

Así que respiré y regresé mi atención al arroz. El agua fría corría del grifo para caer sobre mis manos, que movían el arroz para que el agua llena de almidones escapara por los agujeros del colador. Recordé que en la antigüedad el puesto de cocinero se lo otorgaban al monje que más méritos tenía.

No sé si yo cumplía con mérito alguno, pero sonreí al pensar que los alimentos que preparaba servían para que mis compañeros siguieran con su entrenamiento. Al cuidar la calidad de la comida, las texturas, la temperatura, la cocción, estaba poniendo amor en cada sabor, por sublime que fuera. Al ser meticuloso por los alimentos de los monjes, estaba ayudando a que el dharma continue.

Una tarde mi Maestro llegó con otro compañero que me sustituiría. Agradecí con una profunda reverencia para explicar el trabajo hasta ese momento. Un par de horas después mi amigo monje se hizo cargo de todo y yo pude ir al zendo a entrenar.

Al caer la noche mi maestro me pidió que me quedara un momento con él. Nos sentamos frente a frente, cada uno en flor de loto.

—Te voy a enseñar el sutra más grande de todos porque has estado en la cocina todos estos días. Lo he estado guardando para ti.

Con manos juntas, bajé la cabeza en gratitud.

Entonces su enseñanza comenzó: guardó silencio mientras bebíamos té.