Hay ocasiones en las que me preguntan el porqué escribo, si no recibo nada a cambio, si a nadie parece importarle, si nunca me haré millonario.

Escribo porque en la palabra está el refugio final de un torrente de ideas que me piden existir. Mis dedos vuelan sobre un teclado que sangra al martilleo de mi voluntad y que, fiel a mi clamo por expresión, guarda silencio y se oculta entre el rocío de mi prosa.

La palabra es mi espada, la herramienta, mi alfombra voladora con la que he cruzado el valle inmenso que es azotado por tormentas de silencio y tempestades de corrosión solitaria.

Estas letras que encuentran su hogar final en la mente del lector, son mi sangre. Son la lava que fluyó desde el interior de una caldera indómita que hierve con el fuego y la furia de una mente creativa.

Escribo porque estos textos que aparecen en tus ojos y se queman en tu memoria, son fragmentos de mi alma que viven y vibran buscando un hogar final.

La palabra es el refugio máximo y es el punto final hacia donde quiero llegar.

Escribo porque soy.