Este fin de semana, dos personas muy cercanas y queridas vivieron estas historias. Ambos hombres son una inspiración y pensé que sería buena idea dejar registro. Espero que las encuentres de ayuda como las encontré yo.

El hombre de la bicicleta

Había una vez un hombre de casi 70 años que casi no tenía dinero, y se ganaba la vida vendiendo ropa. Salía todos los días a trabajar y llegaba con algo de dinero a casa y así mantenía a su esposa. De vez en cuando llegaba algo de dinero por parte de sus hijos, pero sus hijos eran pobres también.

Sin embargo, las carencias y la dificultad de las cosas no derrotaban al hombre. Seguía trabajando y siempre tenía buen ánimo para hacer las cosas.

Y el hombre en verdad quería una bicicleta. Así que un día compró una que estaba en un depósito de chatarra. Cuando llegó a casa, de inmediato comenzó a trabajar para repararla.

Pasaron varios meses y la bicicleta estaba a punto de quedar lista para el primer paseo.  ¡El hombre estaba muy emocionado y tenía toda la ilusión del mundo en probar su bici!

Y un día el hombre se encontró a un amigo.

-¡Hola, Juan! ¡Pero qué milagro! ¿Cómo has estado?- Preguntó con el característico ánimo.

Juan sólo lo miró y se le nublaron los ojos.

-Muy mal.- Respondió con tristeza. -Unos ladrones entraron a mi casa y robaron mi bicicleta, con la que me iba a vender mis tacos. También se llevaron mi estufa, los tanques de gas y hasta mi ropa. Ahora ya no tengo con qué trabajar. Por suerte mi primo me prestó una estufa chiquita y con eso podré hacer mis tacos, aunque sea saldré a vender cargando la canasta en los hombros.

Juan era uno de los muchos hombres que se ganan la vida vendiendo tacos (comida tradicional mexicana), por las calles de la Ciudad de México.

El hombre viejo escuchó toda la historia de su amigo. Suspiró.

-Juan, yo tengo una bicicleta que te puede servir. Te la regalo. Ve por ella a la casa cuando puedas. Pero el lunes quiero que comiences a trabajar con ella.

Con lágrimas en los ojos, Juan aceptó.

Y el hombre cedió su bicicleta a alguien que la necesitaba más, sin importarle lo mucho que había trabajado en ella.

 

El Zen Master y el reactor nuclear

En un pequeño pueblo de Japón, a 100 kilómetros del reactor dañado de Fukushima, vivía un Zen Master con su familia. Era un hombre de 52 años que se dedicaba a enseñar Zen a muchos alumnos en todo el mundo y era amado tanto por su esposa e hijo, como por sus alumnos.

Pero el Master tenía el corazón roto. La desgracia por la que atravesaba Japón debido al tsunami pesaba mucho en él. Ver tanta destrucción y a toda esa gente sin hogar y tratando de reconstruir todo, lo partía en dos.

Así que anunció a sus alumnos que iría a la zona del reactor nuclear a ayudar con los trabajos de limpieza y reconstrucción.

Su esposa le dijo con lágrimas en los ojos:

-Si vas a Fukushima la radiación te enfermará. ¡Te dará cáncer en unos años!

El Zen Master la miró y le dijo:

-Tengo 52 años. De todas formas en algunos años me enfermaré de cáncer o de alguna otra cosa.

La abrazó, besó a su hijo y salió a unirse a los voluntarios para la reconstrucción.

Pudiendo haberse quedado en la comodidad de su zendo, a lado de su familia y protegido de la radiación; el Zen Master lo dejó todo para ayudar y dar. A pesar de que su propia vida se le vaya entre los dedos.

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Estas dos historias me dieron horas de meditación. ¿Algún día podré hacer algo así? ¿Podré dejar de lado mi propia vida para ayudar a los demás?

No lo sé. Cuando esté en ese punto veremos.

De momento, comparto esto porque creo que ambos hombres son un ejemplo de generosidad y debe quedar registro de ello.