La raza humana ha sido creadora de miles de dioses a través de la historia. Los hemos inventado para explicarnos el amanecer y la lluvia, el misterio de la concepción; y hemos llegado tan lejos como crearlos para el control de los esclavos y justificar genocidios.

No importa la cantidad de dioses y seres mágicos en los que creamos, existe uno en especial que es único para todas las personas de cualquier cultura.

Este dios es ubicuo, súper poderoso y dirige nuestra mente desde el nacimiento. Toda nuestra civilización está basada en su adoración.

Por si nunca lo habías pensado, La Comodidad es nuestro dios único y el motor de todas nuestras búsquedas.

Hacemos lo que sea por honrar su nombre. Creamos ciudades más grandes, autos más veloces, gadgets con mejores juegos y somos capaces de matar por conseguir una casa más agradable.

Ahora, que no se malinterprete. Adorar a La Comodidad no tiene nada de malo. De hecho, debemos estar agradecidos a que vivimos para ella. Eso ha impulsado la ciencia, las comunicaciones, las obras públicas y saca lo mejor del espíritu humano.

Con tal de alcanzarla, hemos empujado la ingeniería a extremos que jamás hubiéramos imaginado. Hemos transformado el ecosistema a nuestra conveniencia. Sabemos que con esfuerzo, estudio y trabajo en la vida, nos espera La Comodidad en su nirvana.

Nuestro Único Dios es bueno para nuestra especie y debemos seguir cimentando sus templos por todo el tiempo que sea posible.

Sin embargo existe un lado oscuro. Así como adorar a La Comodidad es positivo para la raza humana, tiene cualidades devastadoras para un individuo.

Nuestro Único Demonio

En la cultura occidental nacemos y somos educados para adorar La Comodidad como credo y estilo de vida. Si pudiera resumir la educación familiar a una frase, sería:

Tienes que estudiar para tener un buen empleo y que puedas comprar muchas cosas. Sólo estas cosas pueden llevarte a la tranquilidad y confort, al Cielo.

La Comodidad es muy atractiva. Tanto que una vez que la experimentamos corremos el riesgo de volvernos adictos a ella.

Sentirnos demasiado cómodos con lo que somos y tenemos es lo que nos hace estancarnos y, así, detenemos el desarrollo personal.

Haciendo memoria, ¿cuántas cosas has dejado de hacer por no querer salir del templo a La Comodidad?

Una vez que probamos sus enseñanzas, nos estacionamos en el mismo lugar y nos aterra salir de esa área en la que las cosas funcionan tan cómodamente, que dejamos de buscar.

Olvidamos cuestionar la realidad, hallar nuevas maneras de resolver problemas y la innovación se deja a personas con más agallas.

Al fin y al cabo, YO estoy cómodo.

En el budismo decimos que debemos estar en paz con lo que somos. Aceptar nuestros logros y, en el proceso, también el pasado. Aprendemos a estar tranquilos con lo que tenemos… Pero eso no significa que el hambre por el conocimiento y por mejorar se detengan.

Lo que hacemos es saber el terreno que pisamos, aceptamos las cosas como son; y entonces nos movemos hacia adelante, sin estar obsesionados con el resultado.

¿Cómo salir del ciclo de adoración a La Comodidad?

La respuesta es simple, aunque no fácil de aplicar. Debemos entender que todo en la vida es impermanente y, a la vez, cuestionar todo. Esa comodidad que disfrutamos se terminará. 

Toda esta maquinaria de confort de la que disfrutas llegará a su fin. ¿Y qué harás cuando ya no la tengas?

¿Eres la persona que eres por tu búsqueda de La Comodidad? ¿Detuviste tu desarrollo personal por pereza?

Para romper el ciclo de La Comodidad necesitamos ver la vida con otros ojos. Emprender y desarrollar proyectos personales. Desarrollar la imaginación y ser creativos para resolver problemas de forma más eficiente posible.

Necesitamos nunca abandonar nuestro intelecto ni nuestros cuerpos.

Se requiere valor y ganas de trabajar para enfrentar el poder de La Comodidad.