Uno de los comportamientos humanos que más curiosidad me despierta, es el del robo.

No importa cuánto nos esforcemos, todos en algún momento de nuestra vida hemos robado algo. Robamos post-its o clips en la oficina, servilletas en un restaurante, dinero a nuestros padres, descargamos propiedad intelectual de la red, evadimos impuestos, usamos señal wi fi ajena, nos volamos* lo que sea con el pretexto de que somos más inteligentes… y lo peor es que nos justificamos creyendo que tenemos la razón.

Robamos. Esa es la cruda verdad. Lo hacemos todo el tiempo. Pero cuando nos llega a suceder y nos afecta, entonces sí nos parece algo antiético. Decimos que es violencia, que el crimen ha subido.

Cuando un político desaparece dinero o cuando una autoridad nos soborna, nos sentimos víctimas y clamamos por justicia y equidad.

El acto de robar es perturbador. Es irónico que  robar roba tranquilidad para la víctima, y roba honestidad y honor para el culpable.

Todos sabemos que está mal y lo detestamos.

Pero, ¿porqué lo seguimos haciendo? Hay cientos de razones.

Seguimos usando lo ajeno porque muy en el fondo nos sentimos justificados. Si hay alguien que tiene más y mejores cosas que nosotros, en secreto lo odiamos.

Tomamos algo que no es nuestro porque ahí está. Porque hay oportunidad de no ser descubiertos.

En ocasiones es por pobreza extrema y porque hay una falta de oportunidades tajante, lo que obliga a alguien a tomar algo que realmente necesita.

Robar obedece a la avaricia, que es parte del Apego, uno de los Tres Venenos de la mente.  Junto a la Ira y la Ignorancia, son los causantes de la infelicidad.

Como sea, el robo es real y hace que la sociedad se estanque, sin poder avanzar hacia una mejor cultura.

En el budismo, el segundo de los Cinco Preceptos dice:

Entreno para no tomar lo que no se me ha dado.

Habla sobre la la propiedad ajena y el derecho a la nuestra. Si algo no se nos ha dado libremente, no hay porqué robarlo ya sea en secreto, por fuerza, con engaños o fraude.

De la misma forma, aprendemos a no utilizar el dinero para comprar cosas que le pertenecen al público o a otras personas.

En un sentido más amplio, este precepto también significa que no tenemos que evadir nuestras responsabilidades. Si un día en la oficina somos negligentes con nuestro trabajo, entonces estamos robando tiempo que deberíamos pasar resolviendo nuestros pendientes.

Para detectar el robo es necesario poner atención a nuestro comportamiento y detenernos en seco antes de que suceda. Así nos damos tiempo para pensar en las consecuencias de lo que estamos por hacer.

Estas preguntas pueden ser de ayuda: ¿Perjudico a alguien? ¿Me sentiré bien si lo hago? ¿Me gustaría que me lo hicieran a mi?

No importa qué tan seductora sea la idea de tener cable gratis, robarlo a un vecino es inmoral y con seguridad tú de indignarías si fueras la víctima.

Practicar con este Segundo Precepto también incluye practicar la generosidad, que es una virtud que elimina el robo. Un practicante da al pobre y al enfermo porque entiende que ellos tienen necesidades más grandes.

Ser respetuoso de otras personas también es un rasgo de la generosidad.

Lo mismo aplica para atender las necesidades de nuestros padres, maestros y amigos. Ofrecer consejo y refugio a quien lo necesita.

Creo que si pudiéramos detener el acto de tomar lo ajeno, podríamos estar listos para una mejor humanidad.

¿Tú has robado algo? ¿Te sientes cómodo haciéndolo? ¿Cuál ha sido tu pretexto?

*Volar: modismo mexicano para robar. «Me volé un libro» implica robo, pero justificado con inteligencia y humor. Apunta a una superioridad imaginaria del culpable. Lo sé, es muy lamentable.

Este es el segundo artículo de una serie sobre Los Cinco Preceptos. Para ver las entradas anteriores, clic aquí.