El domingo fue un día interesante.

Por la mañana animé a los corredores del maratón internacional de la ciudad y la tarde la dediqué a una ceremonia zen llamada Zazenkai.

De forma literal, Zazenkai significa «reunión para meditar». Se lleva a cabo cada semana y tiene una duración de hora y media, pero una vez al mes se hace un mini retiro de cuatro horas de zazen intenso, como en esta ocasión.

Los periodos largos de zazen sirven de mucho porque la mente pasa por varios estados hasta llegar al vacío. En mi experiencia personal, primero entran las distracciones constantes. Luego llegan los recuerdos y luego las fantasías. Después la mente rechaza la inmobilidad y la quietud… Y hasta el final llega el silencio.

Es en esta fase de vacuidad donde la mente entiende cosas.

Y me percaté de cuánto tiempo pasamos pensando en Yo.

Desde que despertamos, nuestra relación con el universo es egocéntrica. Nos movemos por la vida dando por hecho que el mundo es un lugar que debe obedecer a nuestros caprichos y órdenes.

Mantenemos un constante diálogo donde el personaje único es uno mismo.

Qué me pondré hoy.

Estoy comiendo.

Voy a llegar tarde.

Tengo frío.

Voy a exigir.

Tengo tantas cosas qué hacer.

Me quiere ver la cara.

El tráfico me afecta.

En estas oraciones, el sujeto es Yo. Y eso es terrible. Cuando el ego ocupa todo nuestro ser, es muy difícil dejar entrar alguien más. Así llega la ira porque todo nos afecta y nos sentimos atacados por el mundo. Y también se presenta la depresión porque creemos ser la víctima única de las circunstancias.

Por esta razón, el budismo zen trata de hacernos ver que el pensamiento egocéntrico es la base de la infelicidad. Al dejar crecer al ego de esta manera, estamos construyendo una barrera que separa el Yo del No-Yo. Nos sacamos de la ecuación balanceada que es el universo y creemos funcionar fuera de él, pensando que podemos manipularlo a nuestra conveniencia. Vemos a los demás como objetos y pensamos que están para ser usados o agredidos.

Me di cuenta que todo el día había girado en torno a mi Yo. Mi desayuno, mi frío, mi libro, mi comodidad…

Excepto por el momento sorprendente y emotivo en el que aplaudí y grité para animar a los corredores del maratón.

Por unos minutos hice un paréntesis en mi Yo, para vitorear a Ellas y Ellos, que estaban dejando el alma en el pavimento a cada paso.

Y se sintió muy bien. Suspendí mi egocéntrico día para dedicar unos instantes a otras personas que sonreían agradeciendo los aplausos.

¿Cuánto tiempo pasas pensando en ti? Cualquiera que sea la respuesta, creo que nunca está de más dedicar unos momentos del día a los demás.