Crecí leyendo cómics. De hecho, aprendí a leer con las aventuras de los Fantastic Four y de Spiderman (sí, me gusta Marvel). Aprendí otro idioma apoyado en los X-Men y Avengers.

La filosofía de los caballeros Jedi me llevó a investigar sobre budismo, hace casi 25 años.

He sido un ñoñales (geek, friki) desde pequeño y este acercamiento con los héroes ficticios sembró en mí una visión de la justicia y de la ayuda, muy extrañas. Y siempre ha sido un problema.

El dolor de los demás, la injusticia, la desigualdad y la maldad en general, son poderes muy oscuros contra los que me gustaría luchar de tiempo completo.

Quiero salvar a todo el mundo.

Cuando era joven lo intenté, sabiendo que los super poderes no existen, y me encontré con mi propio sufrimiento. Me topé con la realidad de que la gente no quiere ser salvada, a menos que lo pidan expresamente.

Por más que se quiera, no se puede ir por el mundo forzando a la gente y ayudarla contra su voluntad.

A lo más que se puede llegar es a dar información en forma de charla o mensajes de texto. Si la persona decide que necesita ayuda, entonces se le brinda.

Al final, aunque no lo reconozcamos, todos somos responsables directos de nuestro destino.

Está en nosotros saber pedir ayuda cuando es necesario.

Y ahí es cuando nuestra misión puede ser completada.

Hablando específicamente de budismo, este es uno de los dilemas clásicos del bodhisattva. ¿Cómo ayudar a todos los seres vivos? Nadie tiene ni todos los recursos, ni todo el tiempo.

Cada uno de nosotros debe hacer un compromiso personal de estar siempre listo a dar la mano a alguien, cuando lo necesite.

Y esa es la base de un mundo mejor y el fin del Síndrome del Superhéroe.