Advertencia: este es un post largo. Así que ve por una taza de café o de té. En serio. 🙂

Además de sostener el cabello, las orejas, la gorra y las gafas,  la cabeza sirve para alojar esa nuez gigante llamada cerebro.

El cerebro es el órgano que procesa la información que percibimos, administra procesos muy complejos como la respiración o el latido del corazón, nos ayuda a entender el mundo; pero sobre todo nos ayuda a aprender.

El proceso de aprendizaje y lo que hacemos con el conocimiento es lo que nos vuelve humanos. Podemos comenzar a utilizar herramientas, crear arte, trabajar y cambiar el mundo que nos rodea. Es maravilloso.

Por supuesto, parte de la felicidad es el poder aprender algo nuevo. El cerebro disfruta cuando lo retamos y le presentamos información nueva para procesar y almacenar.

El problema llega cuando el ego se interpone. El ego es un gordo mezquino que evita que te muevas. Es la voz interna que te convence de que ya lo sabes todo y que no hay nada en el mundo que debas aceptar o aprender. El ego siempre buscará que estés lo más cómodo posible, que no te muevas y que no te esfuerces. ¿Para qué esforzarse? Es mejor ver la televisión o dormir más tiempo.

Dejar de lado al ego y olvidarlo por un momento tiene muchas recompensas. Una de ellas es que la voluntad para aprender algo nuevo se vuelve irresistible. Sí, aprender algo nuevo por el puro placer de hacerlo es maravilloso.

Esto viene porque recién tuve que comprar una laptop. Mis labores como escritor y estudiante se están volviendo más apremiantes y un equipo móvil es de gran ayuda.

Sin embargo soy muy pobre y no tuve acceso a un gran equipo como lo hubiera querido. Mi presupuesto era para una notebook muy básica, a penas con lo mínimo indispensable. En términos tecnológicos se traduce en: LENTO.

Este modelo de laptop es muy lenta desde la fábrica.

Hasta que cayó en mis manos.

Luego de usarla por varios días y ver cómo actividades vitales como usar Internet y escribir en Google Docs se convertían en actos de paciencia en Windows 8, decidí instalar Linux.

No necesito decir que soy un nerd/friki de lo peor. Tenía varios años que no usaba Linux, así que el simple hecho de investigar qué distribución era la que más me convenía, documentarme para una instalación segura y aprender a usarlo; hizo que la adrenalina corriera por litros en mi torrente sanguíneo.

Luego de un par de días de leer, ver tutoriales y participar en foros, convertí mi notebook Windows 8 en un ordenador con Linux Mint 16 XFCE. Es rápido, hermoso, estable, seguro, bien diseñado y tiene todo lo que necesito para mis labores como albañil de la palabra.

Es un viaje que estoy disfrutando mucho porque ha representado retos, obstáculos que saltar, pero sobre todo, estoy aprendiendo cosas nuevas mientras sigo trabajando.

No entraré en nada técnico porque no es el propósito de este blog, pero creo que sí es de valor rescatar la parte humana de todo esto:

Aprender cosas nuevas es maravilloso. Te hace sentir vivo, te da herramientas para una vida mejor, incrementa el conocimiento y eres más útil para el universo.

Todo eso lo describiré en la siguiente entrega de esta mini serie.

Ahora dime, ¿qué vas a aprender hoy?

Esta es la primera entrega de esta mini-serie. Para leer la segunda parte, haz clic aquí.