Una día un filósofo visitó al Buda y le preguntó: «Sin palabras y sin no-palabras, ¿me dirás la Verdad?»
El Buda se mantuvo en silencio.
Después de un momento el filósofo se levantó, hizo reverencia y agradeció al Buda diciendo: «Gracias a tu infinita gentileza y amor, he limpiado todos mis autoengaños y he llegado al Camino Verdadero.»
Cuando el filósofo se había ido, Ananda, un discípulo avanzado del Buda, le preguntó: «Gran Maestro, ¿Qué es lo que el filósofo obtuvo?»
El Buda respondió: «Un buen caballo corre tan solo al ver la sombra del látigo».
En estos días he estado reflexionando sobre el Silencio, la elegancia que lo envuelve y lo mucho que lo odiamos.
Sí, me refiero al Silencio con S mayúscula, como una práctica de desarrollo personal.
Parecería que uno de nuestros monstruos más grandes es la simple idea de pasar un minuto en Silencio absoluto. Le damos la vuelta, huimos de él como si nos fuera a matar.
Tememos su simpleza y su vacío porque estamos muy acostumbrados al ruido.Preferimos la vulgaridad y agresión del sonido incesante del habla o de los motores de nuestra civilización.
Cuando ganamos unos momentos a solas corremos a violar el Silencio con música o con nuestro incansable diálogo interno.
El Silencio nos impone autoridad y horror porque es dentro de él cuando nos enfrentamos a nuestro más grande enemigo: nosotros mismos.
Dentro de nuestra mente viven nuestras pasiones y sufrimientos. También están los recuerdos y planes del futuro. Pero también están los remordimientos y arrepentimientos. Toda esa complejidad nos produce angustia, pero la preferimos a sentarnos en Silencio porque no tenemos ni idea de cómo practicar la quietud absoluta.
El Silencio es elegante y majestuoso. Tan simple y tan elemental que hemos perdido la capacidad de encontrarlo.
No es casualidad que el Buda nos haya dejado enseñanzas importantes con este tema. Él pedía a sus monjes que guardaran silencio lo más posible, a menos que fueran a hablar de forma constructiva o sobre el dharma.
También nos ilustra con esta analogía (del Sutta Nipata): El riachuelo es pequeño y lleno de rocas, tiene curvas y pendientes; por ende hace mucho ruido. En cambio el río es enorme y vasto; y corre hacia el mar haciendo el menor ruido posible.
El chisme, las críticas, las charla vacía, la música alterante, el exceso de medios de comunicación, las incesantes alertas de nuestros teléfonos móviles; todo ello contribuye a que nuestra existencia sea ruidosa y se mantenga alejada de la práctica silente.
Para llegar a la Iluminación o a la Verdad, el Silencio es el camino. No hay más.
Esto se logra con la práctica de técnicas de enfoque y meditación. Ya sea zazen, mindfulness, qi gong, mandalas o yoga; cualquier disciplina que promueva el Silencio, nos hará crecer y acercarnos más a nuestra elusiva espiritualidad.¿Qué prefieres ser, un riachuelo o un río?
sin freno
majestuosa y completa
palabra no dicha