En algunas filosofías orientales como el taoismo, yoga o budismo, se toma al océano como referencia y analogía para explicar la vida. Es un gran recurso para entender que todo es dinámico e impermanente.

Hace unos días una amiga se sometió a una cirugía que le provocó dolor intenso. Comprobó que la meditación y la compasión tienen efectos analgésicos impresionantes y su recuperación ha sido muy satisfactoria.  Me decía que la vida es como estar disfrutando un día en el mar. A veces el oleaje es pacífico y tranquilo. Pero otras,  las olas nos sumergen, nos embisten con violencia, o quizá solo nos mueven un poco y algunas nos arrastran para estrellarnos contra la arena. En muchas ocasiones queremos salir del mar para descansar en la arena. ¿Correcto?

Algunas escuelas budistas  ven la vida justo así: como un océano.

Pero esta analogía está incompleta. Si piensas que TÚ estás en el mar y te puedes salir del agua en cualquier momento, estás creando una mente divisoria. Estás separando el YO del NO-YO. Es decir, el mar (vida) es un ente independiente de ti al que puedes controlar, esquivar o manipular. Esta mentalidad genera
sufrimiento porque lo primero que intentamos hacer es evitar el sufrimiento.

Entonces nace la mente que divide lo que hay.

Yo soy yo. Yo no soy hombre. Yo nos soy mujer. La roca es la roca, pero no soy yo. El perro es el perro, pero no soy yo. Yo soy esto, pero no soy el indigente. Yo soy blanco, pero no africano.

La mente divisoria es la causante número uno de la desigualdad y del sufrimiento. Nace cuando vemos al mar como algo externo.

En el zen lo vemos de otra forma.

Vemos como imposible salir del mar por que nosotros SOMOS el mar. Somos el mar y fluimos. A veces viene bravo y se mueve inquieto. A veces está en calma y refleja la luz de la luna. No hay olas que evitar ni olas que esquivar porque nosotros SOMOS olas que forman parte del mar, que a su vez forma parte de un planeta, que a su vez forma parte de un sistema solar, que a su vez forma parte de una galaxia… Y todo el universo es una sola cosa. Estamos más conectados a la vida de lo que podríamos imaginar.

Esta mente integradora es importante porque nos ayuda a entender que necesitamos aceptar la vida como es, sin etiquetas. No hay olas bravas ni olas tranquilas. Todas son olas, dependientes del mismo océano.

Tú, yo, el perro, las bacterias, las plantas… todas las personas, todas las culturas, todos los seres de todo el universo. Somo una sola cosa, indivisible. Esto nos sirve para tomar responsabilidad de nuestras acciones, ver por el bien de los demás, pero (aun más importante) a aceptar todo lo que es. Todo lo que está. Sin etiquetas, sin juicios.

No hay olas que esquivar. No hay fracasos. No hay victorias. No hay razas ni equipos ni fronteras ni marcas.

Hay vida. Hay mar. Somos el mar.

Tomar esta valiosa analogía como como cimiento, es mucho más fácil salir adelante y tener una buena vida porque aceptamos las cosas que retan nuestras capacidades, pero AL MISMO TIEMPO estamos en paz.

Le decía a mi amiga: «Es exactamente como tu experiencia con el dolor. Sabes que debes cuidarte, que hay que tener precauciones para que no se complique la recuperación. Reconoces que hay dolor. PERO estás en paz con ello porque sabes que no es para siempre y que es lo que hay aquí y ahora.»

Esa es mi misma experiencia con los brackets y la ortodoncia. Estoy en dolor muchas horas del día, pero estoy en paz con ello. No me quejo, no le presto atención porque yo no soy el dolor. El dolor es sólo una etapa transitoria e impermanente. Eso es todo. No intelectualizo el dolor.

El mar es el mar. Pero tú también lo eres. Y todos lo somos.