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Muchas veces me encuentro con personas que piensan que el Buda era una especie de dios con super poderes.

En el otro extremo están quienes creen que el Buda no era nadie y que todo ha sido leyenda creada por generaciones de fanáticos.

Pero como todo en el budismo, también está el camino de en medio, pavimentado por los estudiosos y arqueólogos británicos que consagraron su vida a rescatar esta filosofía. Gracias a ellos tenemos registro y evidencia de muchos capítulos de la historia del Honorable Monje.

He estado pensando mucho en esta enseñanza:

Un día el Buda estaba sentado en el bosque y miró a unos adolescentes que jugaban con una flauta. Uno de ellos tocó una melodía de forma desastrosa, mientras el Buda lo veía sonriendo.

Al sentirlo como burla, el joven retó al Buda a que tocara una melodía. El Monje tomó el instrumento, cerró los ojos y pensó en Yasodhara (su esposa) y en Rahula (su hijo).

Y tocó la melodía más hermosa que había sonado en ese bosque.

Los jóvenes estaban cautivados y anclados por completo al momento. Al presente.

Cuando el Buda terminó de tocar, los jóvenes preguntaron ¿cómo era posible? Los monjes vagabundos eran pobres y sin educación.

—Aprendí a tocar cuando era niño,— respondió el Buda,— pero dejé de hacerlo por muchos años. De hecho, toco mejor ahora de lo que lo hacía antes. Esto es porque no puedes pretender hacer arte sin antes mirar la belleza que tienes en el corazón. Para tocar la flauta realmente bien, primero tienes que encontrarte a ti mismo en el Camino del Despertar (Dharma).

Esta historia tiene dos enseñanzas importantes.

Todas los seres vivos que nos rodean pueden ser los mejores maestros. Pero si los juzgamos antes de darnos la oportunidad de acercarnos, nunca conoceremos las enseñanzas que nos pueden dar.

Cada que rechazas, insultas y que juzgas a un ser vivo por su apariencia o algo superficial, dejas que tus juicios y opiniones te encadenen. Aun más, tus juicios e insultos dicen mucho de ti, no del objeto de tu odio.

La otra enseñanza es que debemos mirar hacia adentro para poder estar en paz con quienes somos. Sólo así crecemos y podremos tocar melodías que llenen al universo con nuestras notas y canto.

El dharma está en la música. En la danza. Dentro de todos los seres que habitan el multiverso.

El dharma está en las motas de polvo y hasta en los hongos de la ducha.

Es cuestión de tener la mente en calma para apreciarlo.