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«Gracias a la impermanencia todo es posible» —Thich Nhat Hanh

Todas las cosas que tienen forma y sustancia, así como las que no la tienen; son impermanentes. Es un hecho al que los seres humanos nos resistimos una y otra vez, y en cada ocasión nos creamos más sufrimiento que la vez anterior. Vamos por el mundo asumiendo que somos invencibles, eternos e infértiles.

No queremos que termine le película, no queremos que acabe el amor o el empleo. Justo porque nos negamos a que se termine el placer de un pastel (torta) de chocolate o una pizza, queremos comerlo todo el tiempo.

Cuando somos jóvenes nos negamos al hecho de que en algún momento envejeceremos y moriremos. Peor aun, jamás abrimos la mente a entender que encima de todo, enfermaremos y la belleza se extinguirá.

De forma intelectual podemos intuir que las cosas terminan, pero no dedicamos ni un pensamiento a en verdad penetrar el significado de la impermanencia.

Aprovechando que por estos días en México celebramos el Día de Muertos, decidí declarar que esta semana será dedicada a la Señora Impermanencia.

¡Bienvenidos a la Semana de la Impermanencia! En el blog, en Twitter y en los eventos programados aquí, estaremos abordando este tema que causa escalofríos al más temerario y maduro.

 

Anicca, la teoría budista de la impermanencia

Luego de años de estudio y meditación, el Buda llegó a la conclusión de que nada en el universo es permanente y que existen Tres Marcas de la Existencia: todo es insatisfactorio (Dukkha), todo es impermanente (Anicca), todo es y todo carece de sustancia y personalidad propia (Anatta).

Según el dharma, Anicca contiene cinco procesos de los que no nos podemos escapar y que no podemos controlar: el envejecimiento, la enfermedad, la muerte, la decadencia de las cosas y la destrucción de las cosas.

A pesar de que todos sabemos que nada es para siempre, a pesar de que todos tenemos en cuenta que vamos a morir y que las cosas que tenemos no durarán, nos esforzamos en ignorar este hecho.
Simplemente escondemos la cabeza bajo tierra y deseamos con todo el corazón que las cosas nunca cambien. Nos formamos la ilusión de que siempre vamos a estar jóvenes, sanos, que siempre vamos a tener una relación perfecta, que nuestros padres jamás morirán y que siempre vamos a tener empleo.

Y cuando llega la hora de la verdad, el impacto es devastador. No comprendemos cómo es posible que todo haya cambiado, si antes estaba perfecto.

De acuerdo al Buda, la vida es como un río. Es un momento progresivo, una sucesión de momentos distintos unidos para dar la impresión de movimiento continuo.

Este río se mueve de causa a causa, de efecto a efecto, de un punto a otro, de un estado de la existencia a otro; dando la idea de que es un movimiento continuo y unificado. Pero en realidad no lo es. El río de ayer no es el mismo río que el de hoy. El río de este momento no va a ser el mismo río del próximo segundo.

Así es la vida. Cambia todo el tiempo y se vuelve algo distinto de un momento a otro.
Nosotros mismos somos el ejemplo viviente de esto. Es una falacia pensar que somos la misma persona de cuando éramos pequeños. Siempre estamos creciendo, aprendiendo y con el tiempo, envejecemos.

Cuando comprendemos que nada es para siempre, es cuando la vida adquiere su carácter de joya preciosa.

Vivir el día de hoy como si fuera el último es lo que hace que nuestra experiencia sea maravillosa.
Si tenemos que decir te amo, hay que decirlo.

Si tenemos la oportunidad de reunirnos con alguien del pasado, hay que disfrutarlo.

Si hay que trabajar mucho, debemos enfocarnos y resolverlo.

Si tenemos que llorar y decir adiós, hay que hacerlo sin pensar dos veces.

Si la realidad cambia por sucesos inesperados, hay que adaptarnos, modificar el camino y seguir adelante.

A diferencia de los video juegos, en la vida no tenemos 3 oportunidades para terminar el nivel.

Sólo tenemos una oportunidad para hacer las cosas.

Y al estar conscientes de que todo es impermanente, hacemos que cada día sea una celebración de victoria.

Por eso me gusta decir: La mala noticia es que morirás. La buena es que tienes el resto de tu vida para hacer que cada segundo valga la pena.