Soy una persona de hábitos y rituales, por más que me cueste trabajo admitirlo. Hay cosas que disfruto mucho hacer sistemáticamente y no hay nada como dejarse llevar por una buena película o un gran video juego en una tarde de domingo.
De vez en cuando también me gusta sólo leer los blogs o participar en los foros para los que no tuve tiempo en la semana.
Sí, así de tranquila pasa la vida en esta casa en domingo. Para todo lo que me gusta hacer basta con encender el aparato electrónico correcto.
Pero ayer desde muy temprano en la tarde una tormenta de viento dejó esta parte de la ciudad sin electricidad.
¡Horror de horrores! ¿Una tarde de domingo sin electricidad?
Cuando comenzó el apagón simplemente me dejé llevar por la situación, pero conforme pasaban los minutos me percaté de que el problema iría para largo. De hecho, llegó la hora de dormir y la energía no llegó.
Así que fluí con el percance y abrí mis sentidos para ver las cosas como son. Esto es lo que aprendí:
1. Hablar con humanos cara a cara es posible… ¡en serio!
Es curioso cómo en estas épocas de la conexión por Internet estamos más cerca de muchas personas, pero más lejos de quienes nos rodean físicamente.
Podemos pasar 5 horas en un chat o en Facebook, pero estar 10 minutos frente a alguien nos cuesta tanto trabajo que me hace cuestionar si, como sociedad, estamos haciendo lo correcto.
Sin energía eléctrica no hay computadoras y eso nos obliga a convertir el tiempo de pantalla en tiempo de interacción física.
Aquí en casa la pasamos hablando y riendo de muchas cosas. Lo disfruté. Pero lo más curioso es que en las casas de mis vecinos sucedió lo mismo. Se escuchaban risas y pláticas por todos lados, en lugar de música y sonidos de películas.
Por una tarde los niños jugaban en la calle, la gente convivió cara a cara y regresó la calidez humana.
2. Estar sin conexión no mata
Por más que clames que necesitas estar conectado de tiempo completo a Internet, es sólo una ilusión. La vida seguirá aun sin que pongas esa maravillosa foto de comida y nadie morirá porque no escribas «tengo calor» en Twitter.
Y tampoco necesitas leer mensajes similares de tus seguidores y amigos.
Estar sin conexión es una gran experiencia porque te permite entender el nivel de dependencia que tienes y, si eres inteligente, te permitirá valorar lo que tienes junto a ti.
La familia, los amigos, caminar por el parque o simplemente escuchar con atención la vida en tu calle; todo esto es mucho más valioso que mil fotos de gatos en Instagram.
Aquí en casa aderezamos la charla con unas palomitas acarameladas hechas a mano, no de microondas.
3. Es posible estar paz con lo que tienes y con lo que eres
Estar sin electricidad te obliga a centrar tu atención en lo que te rodea. En lugar de quejarte porque no hay luz o Internet, es mejor ver lo que tienes y lo que eres.
Pasar una tarde sentado en un sillón charlando, es un triunfo de la vida. Implica que tienes casa, ropa, muebles, no tienes frío ni hambre y, lo más importante: tienes con quién hablar y personas que se preocupan por ti de forma directa y sin estar detrás de una pantalla.
Estar en paz con lo que eres y con lo que tienes es fundamental para ser feliz.
4. El miedo a estar aburrido es sólo una ilusión
La sociedad nos ha impuesto un gran miedo a estar aburridos. Parecería que ni la muerte es tan cruel como quedarte sin televisión por unas horas.
Conozco incluso a quienes utilizan una ida al baño para revisar su Facebook. Sí, en el baño. Así de patética es la dependencia a no estar aburrido.
Incluso el mundo corporativo necesita las horribles presentaciones de Power Point para no hacer las reuniones más miserables e inútiles de lo que son.
No podemos tolerar ni 10 segundos escuchando nuestra propia respiración.
Mientras pasaban las horas en el apagón, hubieron momentos en los que todo se quedaba en silencio y me dedicaba a ver la flama de la vela. Simple.
Y sobreviví. El miedo a estar aburridos vive en la mente y es una ilusión muy fácil de borrar.
5. No hacer nada es bueno para la mente
Ayer por la tarde no vi películas, no jugué nada y no hice absolutamente nada.
Nada de nada.
Y fue maravilloso porque la mente descansa, se desengancha de las actividades y dependencias diarias. Simplemente es.
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Y tú, ¿Qué haces durante un apagón? ¿Lo sufres? ¿Cómo está tu dependencia a la tecnología? ¡Participa en los comentarios!