Septiembre tiene varias fechas especiales para mi y estoy feliz de agregar una más como recurrente: es el mes que celebro una vida libre de auto.
Desde el año anterior quería agregar este hecho a mi calendario, pero me resistí pensando en que quizá debía pasar un poco más de tiempo. Cuando un suceso pasa dos veces, es coincidencia. Pero cuando es tres o más, es una tendencia.
Y mi tendencia personal es que soy muy feliz de haber vendido mi último auto. No estaba cómodo con él, a pesar de que como pieza de ingeniería era maravilloso.
¿Lo extraño? No. Por más que me esfuerzo en tratar de encontrar una razón para ello, no puedo encontrarla.
No lo echo de menos porque ya no gasto en combustible, estacionamiento, carreteras, impuestos, revisiones, reparaciones, partes.
Pero lo más hermoso es que no comparto el estrés clásico del dueño de autos. No estoy preocupado por la seguridad, por cuidar una pertenencia más, por evitar accidentes y furia callejera, por cuidarme de policías abusivos (muy comunes en México).
Es curioso que todos estos problemas que hacen la vida complicada a lo tonto, ya no son percibidos por el conductor. Como es parte de la vida, así ha sido y así será, no lo cuestionan y sólo se quejan.
Se ponen furiosos porque hay tráfico en la calle, cuando en realidad son ELLOS los que son el tráfico, contribuyendo a un mundo con más contaminación y saturado.
Hay una renuncia completa a la responsabilidad que ser conductor conlleva, depositando en otros sus propios problemas.
A cambio de renunciar al auto obtuve la recompensa de la tranquilidad. Desde hace cinco años aprendí a medir mejor mis tiempos de traslado y a aceptar que los sistemas de transporte públicos no están tan mal.
Pero eso sólo se ve desde este lado, claro. Siempre que sale a colación el tema con familia y amigos las reacciones son casi las mismas. El primer comentario que escucho es «yo no podría vivir sin mi auto» y luego una letanía de argumentos defensivos.
La otra frase común es «pero lo necesitas para las emergencias». La verdad es que no. Sólo he tenido una emergencia en cinco años y fue resuelta sin coche. Por estadística pura, un hecho urgente en cinco años es insignificante y no justifica tener un auto.
La gente reacciona como si mi decisión los hubiera ofendido en el alma. Muy extraño, pero es difícil de entender hasta que no se está de este lado.
Como siempre, no estoy cerrado a volver tener auto algún día. Si el trabajo me lo pide, lo consideraré.
De momento, la vida sin auto es maravillosa y muy tranquila.