La generosidad es una de las prácticas espirituales más maravillosas que podemos experimentar.
¿Por qué es espiritual? Por que por medio de dar sin esperar recompensa, nos hace salir de nosotros mismos para ver por el bienestar de otro ser vivo. Así calmamos el discurso eterno del ego y nos ponemos en contacto con las fibras más íntimas de nuestra naturaleza. Nos conecta a niveles muy profundos con la vida y con el mundo que nos rodea.
Ésto por sí mismo llena los huecos que la sociedad de consumo nos crea y podemos comenzar a sanar nuestras heridas emocionales.
Ver la sonrisa o el alivio de alguien que recibe nuestra ayuda hace que regiones específicas del cerebro entren en funcionamiento. Entonces se producen endorfinas, se acaba el estrés y se comienza a ser feliz.
Pero nuestro gran problema, lo que evita que seamos generosos, es la cultura de consumo en la que vivimos. La mercadotecnia de los productos y servicios se basan en implantar en nuestra mente la idea de que nuestra vida es inútil y despreciable, a menos que compremos lo que sea que anuncian.
Y así, desde niños, comenzamos a cultivar el ego. Compramos, cumplimos metas y objetivos y vivimos para dar gusto al ego en todos sentidos. Cuando volvemos la cara, nos es virtualmente imposible dar a quienes no han tenido la misma fortuna que nosotros.
La cultura moderna nos obliga a tener y a acaparar recursos, pasando por encima de quien sea para lograrlo.
Así, el argumento clásico de la persona no-generosa es: no puedo dar nada porque no tengo suficiente para mi. O cualquier frase similar.
Pensamos que nos es imposible ser generosos hasta que tengamos nuestra situación personal resuelta. Es justo esta filosofía la que nos tiene torcidos como sociedad porque nunca llegará el momento propicio. Nunca tendremos todas nuestras necesidades cubiertas porque siempre queremos más.
Dar cuando uno tiene poco es una práctica espiritual muy poderosa porque no sólo se está ayudando a otros, sino que nos conectamos con la necesidad de conservar la vida. Dar suaviza el ego y nos deja apreciar las muchas, muchas bendiciones que nos rodean en este momento.
Dar a los demás nos hace entender el significado real de compasión y que todos necesitamos ayuda en algún momento de nuestra existencia. Damos a otros porque tenemos la obligación de respetar y valorar a todos los seres que nos rodean. Damos porque sabemos que no tener lo suficiente lleva al sufrimiento.
Dar nos vuelve personas alegres y destruye la depresión o la ira.
Damos a otros porque sabemos que es lo correcto.
Y al mismo tiempo, aprendemos que debemos aceptar ayuda con humildad y gratitud.
Dar cuando no tenemos suficiente para nosotros mismos es una actividad sagrada. Es una joya que desearía que más personas comprendieran.
Compartamos nuestros alimentos, tiempo y nuestra sonrisa. Sintamos gratitud por estar en posición de ayudar y sintamos gratitud por todas las veces que nos han ayudado en el pasado.
La Generosidad es una práctica perfecta porque todos ganan. Pero preferimos ganar y nos sentamos en nuestro gordo ego a esperar la muerte.
Creo que siempre es buen momento para dar.