Ejercicio rápido 1: piensa en 3 cosas que te hacían feliz en la infancia.
A mi mente vienen memorias de mis tardes dibujando héroes y robots, jugando video juegos y de cuando mi bicicleta era un X-Wing Fighter volando por las trincheras de la Estrella de la Muerte. (sí soy friki desde muy pequeño)
Por supuesto tus recuerdos son distintos a los míos porque cada persona es diferente. Sin embargo todos tenemos algo en común. Tú y yo sabemos lo que infancia significa. La vivimos y ahí creamos mucha de nuestra personalidad y habilidades.
Pero esto no siempre es así. El concepto de infancia es nuevo para la humanidad. Antes del siglo XVII los niños eran considerados como versiones incompletas de adultos. No tenían derechos y se les ponía a trabajar en el campo o líneas de producción tan pronto eran capaces de tomar herramientas en las manos.
Si revisas la historia, hay una cantidad enorme de relatos de niños que trabajaban para llevar comida a la casa o que eran abandonados y absorbidos por algún malhechor.
Los tiempos han cambiado mucho, claro. Ahora las niñas y niños son considerados una joya preciosa y las sociedades del mundo trabajamos para protegerlos y educarlos.
Nosotros los adultos sabemos que es nuestro trabajo hacer un mundo en condiciones en las que los niños salgan adelante porque son el futuro de la especie. Esta es la base del éxito de la especie humana.
Pero aquí tenemos un problema muy grande y que no sabemos siquiera que está: los adultos no tenemos forma de entender el mundo de los niños porque estamos muy ocupados viviendo vidas de adultos.
No sabemos escuchar, mirar o si quiera imaginar lo que pasa en el mundo de nuestros pequeños y de nuestros adolescentes.
Es una gran barrera que nos está costando víctimas mortales por violencia en escuelas y, peor aún, por condiciones que ponen en peligro la salud como la obesidad.
Ejercicio rápido 2: piensa en 3 cosas que hayas vivido en la infancia y que tus padres no sepan.
A menos que lean este post, mis padres nunca sabrán lo mucho que me angustiaba cuando la maestra en la escuela me pasaba al frente a humillarme. O cuando un muchacho mayor que yo me aterrorizaba por ser obeso. O cuando las matemáticas parecían signos imposibles en el cuaderno.
Con seguridad tú también tienes muchas cosas de las que tus padres jamás se enteraron. Coincidirás conmigo que la infancia a veces se pone muy ruda. Demasiado.
Aunque la mercadotecnia nos venda el mundo de los niños como un lugar dulce y lleno de juegos y fantasías, en realidad puede ser oscuro y frío. ¿Lo recuerdas?
Los adultos olvidamos cómo entender a los niños y decidimos creer en un mundo infantil irreal.
Pero para los niños no lo es. Para ellos es la vida cotidiana y son tan jóvenes que cada problema que tienen es el problema más grande por el que han pasado.
Para nosotros un juguete roto o un dulce en el suelo no significa nada, pero para ellos es la destrucción de su mundo.
¿Qué tiene que ver todo esto con la meditación?
Los padres que meditan pueden olvidar el ego y ver por un momento la mecánica tan fina y delicada del universo infantil. Por unos minutos de práctica unimos nuestro corazón al de los pequeños para entender y desarrollar compasión. Ésta nos hace receptivos, a la vez que nos permite desarrollar paciencia necesaria para poder ser los mejores guías.
La práctica de la meditación nos permite ser niños por un minuto y penetrar en la angustia, el estrés y las pesadillas. Nos da elementos para ser útiles, no una carga o una razón de miedo.
Al mismo tiempo, los niños que practican meditación comienzan a desarrollar apertura, voluntad de ayuda y gratitud. Todo esto funciona porque resulta en que los pequeños se hacen más compasivos y dispuestos a colaborar en la familia y con todos sus círculos sociales.
En mi experiencia, las familias que meditan son más tranquilas y aunque hayan problemas, son capaces de resolverlos sin drama y sin gritos.
¿Tienes alguna experiencia meditando con tus hijos? ¡Comparte en los comentarios!
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