En una tarde de primavera un estudiante y su viejo maestro disfrutaban una taza de café. El estudiante habló:
—¿Para qué sirve el zazen, Maestro?
—No sirve de nada— respondió el sabio.
—¿Entonces para qué practicarlo?— preguntó el alumno.
—No tengo idea. Bebe tu café.
Y el estudiante se iluminó.
Muchas personas se sientan a meditar pensando que estarán más tranquilos y que combatirán el estrés. Algunos quieren poner la mente en blanco, por alguna razón. Otros quieren ser tocados por dioses o ángeles. Un puñado más quieren viajar por el tiempo o tener profundas experiencias fuera del cuerpo.
El zazen (meditación zen) no sirve para nada. Es una pérdida de tiempo porque no te hará millonario ni exitoso. No tiene nada de especial.
Solo nos sentamos, apreciamos la vida por lo que es y dejamos pasar los pensamientos sin aferrarnos. No juzgamos nada. No comentamos nada.
En zazen nos hacemos pequeños para que la vida transcurra sin que la contaminemos con conceptos o etiquetas.
La iluminación nunca es el fin de la práctica budista. La iluminación está en contemplar la vida sin chatarra mental.
Un volcán, una nube o el excremento; nada en el universo requiere de nuestra palabrería o pensamiento para estar y cumplir su misión. Solo están.
Todas tus preocupaciones, tristezas, deseos, amores o ira. Todo es ficción que nos aleja de las cosas como son.
Así que respira. Por hoy, bebe tu café.