Cuatro punto cinco billones. BILLONES. ¿Puedes siquiera imaginar esa cifra? Piensa en chocolates. 4.5 billones de chocolates. ¿En qué lugar cabe esa inmensidad de chocolates? Imagínate el mismo número, pero en horas. 4.5 billones de horas. ¿Qué puede suceder en ese tiempo? ¿Qué harías si pudieras vivir todo ese tiempo? Ahora cambia la unidad a años.
Cuatro punto cinco BILLONES de años. Es un espacio de tiempo que se aleja de todo tipo de fantasía e imaginación, pero es un cifra real y la vives todo el tiempo, no importa dónde estés. Es la edad de la más vieja de tu familia: tu madre. Y la mía, la Madre de todos.
La Madre Tierra se formó hace 4.5 billones de años y su transformación y evolución aún no terminan. Lo hace todo lento; tan lento que en nuestra corta vida apenas notamos sus cambios. Y es que la naturaleza no lleva prisa alguna. ¿Lo has notado?
No hay nada que urja. Hace lo que debe hacer en el tiempo que se requiera. Los continentes tomaron millones de años en formarse. Los ríos tardan siglos en construir su cauce. Los árboles también se lo llevan muy tranquilos para generar bosques.
Si el orden natural de la vida es lento y lo sabemos, ¿entonces porqué los tienes tanta prisa?
Todo lo queremos aquí y ahora. Corremos para un lado y para el otro para poder lograr cosas, y así sentirnos importantes. Y si no obtenemos lo que deseamos, entramos en conflicto que nos lleva a la depresión.
Esto lo aplicamos para las relaciones personales, para el trabajo, para los estudios y hasta para la política.
Una y otra vez nos damos contra la pared porque nuestro ego olvidó que el ser humano es parte de la naturaleza, no es dueño de ella. Deseamos imponer nuestra urgencia ante el orden de la existencia, pero al universo le importa un comino.
Hemos construido una cultura que gira en torno a la recompensa inmediata, que es seductora y fácil… si estamos dispuestos a pagar el precio, que por lo regular es más alto de lo que creemos.
Compramos la píldora mágica para bajar de peso, vamos a la universidad que prometa menos años de instrucción, nos involucramos en relaciones que solo apuntalan el deseo y no el amor, y olvidamos la magia que es leer un libro sin monitos (ilustraciones). Tarde o temprano enfrentaremos el resultado de nuestra pereza y deseo por lo fácil.
Y cuando se trata de querer crear un nuevo hábito, esta búsqueda por lo fácil nos hará fallar sin remedio.
Por esa razón es que el mito de los propósitos de año nuevo me parece muy divertido. Los hacemos en la celebración del 1 de enero, para olvidarlos una semana después.
Si hay algo que aprendí en todos mis años de obesidad, es que no hay forma alguna de que un hábito quede instalado si buscamos la píldora mágica.
Los hábitos son como la formación de planetas. Necesitan ser lentos, pasando primero por fuego y caos, para luego enfriarse y comenzar a girar en armonía y sin parar.
Si en lugar de ir en contra de la naturaleza, la observamos y tomamos las lecciones que nos pone en nuestras narices, quizá sería posible lograr nuestros objetivos de año nuevo.
No importa lo mucho que te urja o cuanto sufras porque no lo tienes aquí y ahora, la ruta más larga es la mejor. Es donde más aprendes y puedes detenerte a disfrutar el paisaje.