Al dejar la casa, uno debe estar plenamente atento,
a través de muchas etapas y vivencias.
Caminando solo más allá de los límites,
sobrevolando por encima de lo mundano.
Como un jirón de una nube de cuerpo ágil,
como la luna que se revela, con la mente en paz.
Un tazón para mendigar y una túnica parchada:
un ave volando sobre una miríada de montañas.

—Maestro Muujia. Corea, 1178–1234.

Pido disculpas por esta entrada demasiado personal. Pero es que este poema de Master Muujia toca fibras internas especiales en mi. Si lees, por favor olvídalo, que no vale la pena.

En el Budismo Zen, la ceremonia de ordenación se llama Shukke Tokudo, que significa dejar la casa. En la antigüedad se dejaba todo para ir al templo a entrenar. La búsqueda de refugio en Buda, Dharma y Sangha era literal, pues era tras las paredes del templo que los jóvenes estaban seguros de los tiempos violentos que se vivían.

Traducido a nuestro tiempo, dejar la casa implica dejar atrás todo lo que eras. Tus gustos, preferencias, opiniones, cultura familiar y hasta tu nombre. Ordenarse es nacer de nuevo como un ente en blanco, listo para comenzar a escribir una historia nueva al servicio del Buddhadharma.

Es un camino solitario y aislado, pero que con el paso del tiempo se vuelve más y más ligero porque lo que te anclaba ya no está más en la espalda. Nos convertimos en un jirón de nube y somos ligeros.

También se deja de lado el apego por lo material, y solo nos queda la túnica de parches, un puñado de palabras y el tazón para mendigar.

En este corazón no hay yo. Solo hay el fuego por servir a que la Luz Dorada de Amida siga existiendo.