Para la mente analítica occidental, tomar refugio en la Triple Gema es muy difícil. Requiere un esfuerzo enorme el soltar la mente de navaja que todo lo corta en pequeños pedazos, para poder entender la vida. Hemos creado un sistema existencial que depende del escepticismo para no sentirnos tan a la deriva. Pero justo por eso sufrimos.
Al seccionar todo, crear reglas, catalogar en «bueno» y «malo»; el misticismo que nos da el Soto Zen para vivir la Perla Brillante como algo completo y perfecto, se diluye.
Conceptos profundamente religiosos como Dharmakaya, shunyata, annica o hasta el mismo enso, quedan solo como ideas lejanas.
La práctica budista es tanto esotérica como metafísica. No en el sentido de algo paranormal, sino que se debe tomar el Dharma y confiar en él. Es la práctica misma la que, sin palabra alguna, nos demuestra que la ceremonia y los conceptos alucinantes, son reales.
¿Podemos practicar Soto Zen sin tener que recurrir a lo místico? Sí, claro.
Tener una práctica Zen seglar y escéptica es posible si sólo nos mantenemos en la superficie y nos quedamos con el Dharma humanista; el que nos hace mejores personas y nos da un esquema a seguir para una vida con principios. Podemos leer Sutras y Dogen para solo poner en práctica lo que asumimos que nos conviene. Podemos practicar meditaciones narradas de una app o de YouTube y también está bien.
Pero en algún momento va a tocar un abrazo, una puesta de sol o un beso. Iremos a un bosque o al mar y nos sentiremos conectados con algo más grande. Esos momentos no los analizamos.
En algún punto el corazón se va a romper, viviremos la injusticia o vendrá el miedo a la impermanencia. Llegarán preguntas a las que nunca habrá respuesta usando la mente intelectual.
El vacío existencial resultante de un ego inflamado también llegará y no habrá cómo entender que solo es Buda siendo Buda.
Habrá un tiempo en la vida en el que solo hay que aceptar las cosas como son, sin caprichos ni anhelos.
Quedarnos únicamente con la superficie del budismo es lindo, pero es como beber café soluble. La experiencia y el verdadero sabor del café no se obtiene, a menos que un barista prepare una taza, con cariño y respeto por la cultura del café.
Es como leer una revista y seguir los 10 consejos para X, en lugar de profundizar en el tema con un maestro experto que nos ayude y un grupo de personas con los mismos intereses.
Ahora, no podemos tener una práctica Zen sin metafísica porque en la contemplación del silencio en Zazen, soltar la mente analítica y maravillarnos con la magia de la realidad, solo se obtiene cuando nos rendimos ante la magnitud del Buda. Sin soltar la mente analítica no se podría entender los poemas de Ryokan o las enseñanzas de Dogen y los Patriarcas.
Sin la ceremonia o las postraciones, es muy difícil sentirnos parte de un universo completo, perfecto e indivisible, en donde todo tiene un motivo, una causa y una serie infinita de conexiones. Trascendemos el ego que se resiste a la tradición ancestral y que se está perdiendo de sentir el orden y el flujo del cosmos entero a través de cada partícula del ser.
Sin sentarnos en Zazen y dejar que la vida sea, no podríamos nunca experimentar la vacuidad y la Luz Dorada de la que tanto hablamos.
Necesitamos la parte religiosa y mística del Soto Zen porque es justo la que nos integra a la Perla Brillante. Excluirnos de ella, hace que la vida sea dolorosa y sin sentido. No es casualidad que a Dogen Zenji se le conozca como el realista místico.
Entonces, sí que se puede practicar budismo sin la parte religiosa.
Pero creo vale la pena esforzarse por vivir la práctica completa.