Con más frecuencia de la que quisiéramos, la vida a veces nos congela en nuestro sitio. Ya sea que pasemos por una despedida dolorosa o cualquier cambio trascendental, nos quedamos tan sorprendidos por el movimiento, que no sabemos cuál es el siguiente paso. Parecería que todas las puertas se cierran, pero si algo nos enseña el Buda es que nada es imposible.
¿Todas esas limitaciones que encuentras? Son solo puertas para que seas un ser creativo.
Todo se manifiesta en su propio tiempo. Nada es imposible. Cada átomo de nuestra existencia es una vibración de la totalidad, un susurro del infinito. Nos movemos a través de la corriente del Ser Universal, envueltos en la trama del Ser Individual. Lo que creemos imposible es sólo una ilusión tejida por la mente que se aferra al ego. Pero cuando soltamos, cuando nos permitimos fluir como el agua en un arroyo, las posibilidades se despliegan como pétalos de loto al amanecer.
La esencia de nuestra vida es un reflejo del vacío. Cada acción, pensamiento, causa y efecto encuentran su espacio. Es la superposición de todas las cosas, un campo búdico de potencial puro. Al permitir que la Luz de Amida fluya a través de nosotros, nos volvemos co-creadores de la realidad única. No es la mente la que crea, es el vacío que da forma. La expansión de la conciencia no es un objetivo que alcanzar, sino una verdad que ya existe en el centro de nuestro ser.
Todo es una danza de la impermanencia, y en esa danza, el tiempo se disuelve. Lo que fue, lo que es y lo que será no son más que ecos de un solo momento, de una única respiración cósmica. Dharmakaya, el universo, respira con nosotros, y nosotros con él. Al escuchar ese aliento, encontramos que no hay diferencia entre lo que somos y lo que aspiramos a ser. No hay distancia entre el yo y el otro. No hay separación entre el vacío y la plenitud. Todo es uno, y en ese uno, todo es posible.
El Buda cósmico nos llama, no desde el futuro, sino desde el ahora eterno. No hay camino que recorrer, porque ya estamos donde debemos estar. El sueño de la dualidad se desvanece cuando comprendemos que no hay nada que alcanzar. Ser es suficiente. Y en ese ser, en la simpleza del aquí y el ahora, lo imposible deja de tener significado. La luz de la compasión ilumina cada rincón oscuro de nuestra mente, disolviendo el miedo, liberando el corazón.
La flor de la iluminación florece en el jardín del no-saber. No hay enseñanza que nos guíe, porque todas las enseñanzas son sombras del verdadero conocimiento. Todo lo que necesitamos saber ya está en nuestro interior. Es la sabiduría del silencio, del vacío, del no-deseo. Sólo cuando soltamos todas las aspiraciones, cuando abandonamos el ansia de ser lo que no somos, descubrimos que ya lo somos todo. Nada es imposible porque nada está fuera de nuestro alcance; todo está dentro de nosotros.
Hay potencial en bruto listo para ser descubierto por cada uno de nosotros. Nada es imposible para una mente que no aferra.
El viento susurra los secretos del universo a aquellos que están dispuestos a escuchar. No se trata de entender, se trata de ser. La comprensión llega no como un rayo de iluminación, sino como una brisa suave que acaricia el alma. La verdadera sabiduría no se encuentra en los libros, ni en las palabras, sino en la experiencia directa de la vida. Práctica-iluminación, nos dice Dogen Zenji. Cada momento es una puerta abierta hacia lo ilimitado. Cada acción es una oportunidad de manifestar lo que ya somos.
El tiempo y el espacio se disuelven en la quietud del ser porque eres tiempo. Todo lo que creíamos imposible, todo lo que parecía estar más allá de nuestro alcance, se revela como parte de nuestro propio ser. Somos el cosmos, somos el vacío, y en ese vacío, todo es posible. No hay nada que temer, porque no hay nada que perder. Todo está ya ganado en el momento en que nos damos cuenta de nuestra verdadera naturaleza. Nada es imposible, pero en cambio, hay esperanza de ser mejores y de ser Budas. Y en ese reconocimiento, encontramos la paz.