
El Sexto Patriarca del Zen, el Maestro Huineng, es un personaje de leyenda para el budismo en China. Es tan reverenciado y respetado que, a lo largo del tiempo, se le han dado todo tipo de atributos espirituales y se han contado muchísimas historias sobre sus enseñanzas. Hoy comparto cómo Huineng nos enseña a calmar al dragón.
Para el budismo de muchos países, el dragón no es una criatura fantástica, sino un un guardián, un aspecto espiritual de la práctica, así como conceptos filosóficos profundos. A veces es un ser real que se manifiesta en el mundo, como cualquier otro ser. No es de sorprender que Huineng se haya topado con uno en sus aventuras por el mundo.
El Sexto Patriarca predicó el Dharma en el templo Baolin de Caoxi durante 37 años, guiando a incontables seres hacia el despertar. Entre los muchos que ayudó, no sólo hubo personas, sino también discípulos inusuales, como animales mitológicos, espíritus inquietos y seres con formas extraordinarias, como veremos en esta singular leyenda.
Enseñar el Dharma y calmar al dragón
En el templo Nanhua, se alza una antigua pagoda conocida como la «Pagoda de la Sumisión del Dragón». Según la tradición, en tiempos de Huineng existía un profundo lago frente al templo de Caoxi, donde habitaba un temido dragón. Cada vez que emergía de las aguas, traía consigo vientos huracanados, se movía con tanta fuerza que arena y rocas salían volando por los cielos. Las estructuras del templo se veían dañadas, los árboles arrancados, y los aldeanos perdían casas, cultivos y ganado. La región sufría constantemente, pero nadie podía hacer nada. Resignados, simplemente soportaban el desastre.
Un día, mientras el cielo se cubría de nubes y neblina, y las aguas del lago hervían con furia, el dragón amenazaba con salir nuevamente. Los monjes y laicos que escuchaban las enseñanzas del maestro Huineng entraron en pánico; sin embargo, el maestro, con absoluta calma, los miró con compasión, les pidió que confiaran y les aseguró que todo estaría bien, antes de levantarse y caminar con paso sereno hacia el borde del lago. Abandonaron la sala del Dharma en busca de refugio. Pero Huineng los tranquilizó con serenidad y se dirigió solo al borde del lago, decidido a enfrentar el peligro.
Allí, contempló el cuerpo colosal del dragón emergiendo de las aguas y le habló con firmeza:
—Dragón, tienes grandes poderes. Hoy me has mostrado tu capacidad de hacerte enorme. Pero dime: ¿puedes también volverte pequeño? Si eres realmente un dragón, deberías poder ser grande y pequeño a voluntad. Si solo puedes crecer, pero no reducirte, entonces no eres un verdadero dragón.
El dragón, intrigado y desafiado por estas palabras, pensó: “Hacerme más grande no sirve de nada contra este hombre, pero si me hago pequeño, ¿qué podría hacerme?”. Decidió hundirse en el agua para demostrar su habilidad de reducir su tamaño.
En ese instante, el viento cesó y la superficie del lago se calmó. Al poco tiempo, el dragón reapareció, esta vez más pequeño. Huineng volvió a hablar:
—Eres un verdadero dragón: puedes cambiar de forma, ser grande o pequeño. Pero aún no eres lo bastante pequeño. Si pudieras volverte tan diminuto como un pez, sería realmente impresionante.
El dragón aceptó el reto y siguió encogiéndose. Al verlo tan reducido, Huineng tomó su cuenco de limosna y le dijo:
—Has demostrado que puedes volverte muy pequeño. Pero dime, ¿te atreverías a entrar en mi cuenco?
El dragón, confiado en su poder, nadó hasta el borde y, sin temor, se introdujo en el cuenco. En ese momento, Huineng lo atrapó. El dragón intentó liberarse, pero por más que lo intentó, no pudo escapar.
Entonces Huineng lo llevó a la sala del Dharma y le dio una enseñanza sobre la impermanencia, el desapego y la verdadera naturaleza de la mente, guiándolo con compasión hacia la comprensión del vacío y la no dualidad. A través de las palabras del patriarca, el dragón alcanzó la iluminación, comprendió la verdadera naturaleza de su existencia y abandonó su forma monstruosa. Se dice que se despojó de sus huesos y cultivó el Camino hasta alcanzar una reencarnación favorable.
Después de este evento de calmar al dragón, Huineng ordenó llenar el lago con tierra y piedras. Sobre ella se construyó una torre de hierro conocida como la Pagoda Jianglong, la Pagoda que somete a los dragones. Este monumento quedó como testimonio de la compasión y poder espiritual del Sexto Patriarca, quien no sólo domaba bestias salvajes, sino también las mentes salvajes, llevándolas hacia la paz del Dharma.
El dragón como símbolo de la mente agitada
Esta historia no es sólo un cuento chino más, sino una enseñanza sobre la mente y el camino del Buda. El dragón representa nuestras emociones intensas, pensamientos descontrolados y la fuerza del ego cuando no ha sido comprendido. Así como el dragón agitaba el agua y causaba caos, nuestra mente confundida puede generar sufrimiento si no la observamos con sabiduría. Pero Huineng no lucha contra el dragón: lo enfrenta con calma, lo desafía con inteligencia, y le habla desde la compasión.
Esto nos muestra que el budismo no combate los problemas con violencia, sino con claridad, paciencia y comprensión.
Soltar el ego y volvernos pequeños
La enseñanza que Huineng da al dragón es muy importante para el Zen. Le dice que, si sólo puede crecer, pero no encogerse, no es un verdadero dragón. De la misma forma, si nosotros sólo queremos «ser más», tener más control, más logros, más validación; sin aprender a soltar, reducir, simplificar y mirar hacia adentro, no estamos desarrollando una mente despierta.
La práctica Zen consiste justamente en eso: aprender a soltar el yo rígido, a dejar de reaccionar con miedo o apego, y a fluir con lo que está presente. Volverse pequeño en esta historia es símbolo de humildad, apertura y transformación.
El despertar nace de la entrega
Finalmente, al calmar al dragón, este se rinde y entra en el cuenco de Huineng. Así ocurre una gran transformación: recibe enseñanzas, se ilumina y cambia de forma.
Esto representa el momento en que dejamos de resistirnos a la práctica y abrimos el corazón al Dharma. No importa cuán salvajes o intensas sean nuestras emociones o cuán «grandes» se sientan nuestros problemas; si aceptamos entrar en el «cuenco» de la práctica, con humildad y confianza, también nosotros podemos despertar.
Huineng nos enseña que para calmar al dragón hay que hacerlo no con fuerza, sino con sabiduría, cariño y paciencia. Así también podemos nosotros apaciguar nuestra mente y descubrir su naturaleza verdadera.
¿Cómo está tu dragón el día de hoy?
¿Y si nos hacemos chiquitos para entrar al cuenco del Buda?