Por todos lados a los que volteas, los mensajes son muy claros.
Debes tener más apps. Necesitas un auto más grande y más poderoso. Quieres más ropa de diseñador. Cumple tus sueños con una mayor deuda. No dejes que te ganen, corre más hasta reventar. Escucha música más repetitiva y más estridente, que promueva la idiotez y evite el pensamiento. Contrata 10 millones de canales de cable. Sé el primero en lo que sea. Más por tu dinero. Tu comida más grande (y dañina) por unas monedas más. Pasa más tiempo en Facebook. Manda más tuits. No te dejes, busca más venganza.
Más, más… ¡Más!
Nos dejamos envolver por los trucos de los medios y la publicidad; al grado de que la felicidad depende de tener y de alcanzar.
No es que comprar lo que necesitemos esté mal. Tampoco tiene nada de malo obtener algo por simple vanidad. Alcanzar metas deportivas o personales es la búsqueda más noble.
El problema llega cuando perdemos el control y nos olvidamos de que la felicidad no está en los estímulos externos ni en los objetos.
Esa la traemos por dentro, pero es difícil de alcanzar cuando la mente está tan perdida y contaminada por el verbo tener y el pronombre yo.
Hace más de 2,500 años, el Buda se percató de que los objetos y las distracciones son bloqueos en el camino hacia la tranquilidad. Esto es porque entre más cosas tenemos, más tiempo pasamos preocupándonos de que no nos roben. Entre más relaciones personales mantenemos, menos tiempo nos queda para el ser.
Todo este lastre pesa mucho, es veneno. Tanto, que se convierte en la razón de nuestro sufrimiento.
La cultura que nos rodea nos exige éxito en todo y nos vuelve extremadamente competitivos. Pasamos horas del día comparando nuestro progreso con el de a lado.
Pero, ¿qué es el éxito? ¿Tener cosas y reconocimiento?
Mi concepto personal de éxito es este: pasar una mañana sentado en silencio.
No se necesitan gadgets, ni autos o reconocimiento de alguien. Sólo tu mente y tu trasero para sentarte.
Todo lo demás está de sobra.
Para llegar a ese punto hay que reducir e ir en contra de la corriente. Sí, el minimalista es un revolucionario nato.
Decidimos comprar menos de todo, consumir menos información, mantener pocas relaciones y redes personales; a cambio de pasar tiempo con nosotros mismos y siendo generosos con quienes nos rodean.
Para avanzar, hay que simplificar.
Si no lo has intentado, hoy es un buen día.