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La felicidad siempre ha sido elusiva. Como especie llevamos miles de años tratando de alcanzarla o siquiera definirla. Cientos de filósofos en el mundo han dado su opinión al respecto, además de que cada uno queremos encontrarla a como de lugar.

¿Qué es la felicidad? ¿Más dinero? ¿Más objetos? ¿Más control y poder? ¿Hacer más cosas y mantenerse siempre ocupado? ¿Más relaciones personales?

En el budismo, y en especial en el zen, sabemos que felicidad es el estado de tranquilidad y equilibrio que llega al haber aceptado la vida como es, dejando de lado apegos y aversiones. De igual forma, felicidad es liberarse para siempre ver por el beneficio de los demás seres vivos.

En este lado del budismo nos entrenamos para que lo material tenga importancia en tanto ayude a mantener nuestra práctica. El control, poder y todo tipo de política son puestas en el cajón de las cosas inútiles. Los excesos de todo tipo nos llevan a la infelicidad, así que practicamos la renuncia para no caer en ellos. También nos educamos para ver el momento en el que los pensamientos quieren tomar el control y transformar la realidad.

Pero por encima de todo ello, aceptamos las situaciones de la vida como son, sin juzgarlas, sin «manosearlas» con la mente y sin permitir que controlen nuestras decisiones. 

No, para nada es fácil. Es un camino cuesta arriba y lleno de espinas que requiere atención plena y que exige que el practicante sea bestialmente honesto en sus intenciones y en sus motivos.

Sin embargo no es imposible.

El Buda y todos los maestros de leyenda, todos los seres iluminados que han pisado esta tierra; todos tienen algo en común contigo y conmigo. Comenzaron su camino como personas normales, sufridoras y llenas de apegos y aversiones.

Incluso personas como Sasaki Roshi (acoso sexual) o Trungpa Rinpoché (drogas), las caídas en la tentación los han metido en problemas legales tremendos. Eso nos da idea que este negocio del budismo no es fácil. Noah Levine afirma que el budismo es ir contracorriente.

A pesar de las mil caídas, seguimos caminando. El entrenamiento jamás termina.

La aceptación de la vida como es comienza aquí y ahora, con un pequeño cambio de lenguaje, entendiendo que la vida incluye cosas que nos gustan y cosas que no nos gustan. Eso no implica que sean buenas malas. Solo son. 

La próxima ves que te encuentres con una situación que te cuesta trabajo aceptar, pon atención a tus palabras. Cada vez que calificas algo como bueno, malo, bonito o feo,  estás haciendo juicios de valor que no significan nada para la realidad.

Un volcán es lo que es en la naturaleza y cumple su trabajo. No necesita de nuestras etiquetas o juicios para ser. Somos los humanos los que lo llamamos peligrosocoloso de fuego o lo que sea.

Hay una gran diferencia entre aceptar un volcán por lo que es, y juzgarlo. Lo mismo aplica a tu comida, a tu presidente y a tus relaciones personales.

Todo es lo que es.

Por supuesto, aceptación no significa abandono o nihilismo. Solo es ver la realidad por lo que es para saber qué hay.

Y entonces caminamos hacia adelante, un paso a la vez. Pensando primero en el bien de los de más seres vivos y sin dañar a nadie.