¿A dónde van todos tan presurosos? Ya están donde necesitan estar.


Qué hermosa y magnífica es la ciudad. Me gustaría decirlo y que lo entendieran para que la respetaran.


¡Ya sé en qué trabajan todos! Transportan el ceño fruncido del punto A, al punto B. ¿Habrán plazas disponibles?


La vida no sería posible sin la bondad de todos los seres. Estamos unidos por estos hilos de Gratitud, Compasión y Generosidad que escapan a la vista. Las buscamos en el exterior, pero necesitan fluir desde dentro de cada uno de nosotros.


Una flor amarilla ha nacido en una grieta del pavimento, a la sombra de este edificio. Es pequeña y muy hermosa. Es la vida asomándose y saludando desde lo más profundo.

Una mujer importante, en su ropa importante, su teléfono importante y con sus problemas importantes; ha pisado la flor.

Querida flor, ve a renacer donde sí te aprecien.


No hay buenos. No hay malos. No hay políticos corruptos ni crimen. Solo está el reflejo de lo que llevamos dentro y de cómo vivimos la vida. Si vivimos sin valores, ética, elegancia y sin silencio, no hay forma de que la sociedad humana las entienda.


Aun no amanece y ya estoy en zazen. Soltando los pensamientos escucho la vida aparecer con la luz del sol.


Estimado trabajador de limpia. Gracias. Usted y miles de personas que trabajan sin ser vistos, hacen que esta ciudad funcione.


Un hombre delante de mi pagó su café con unas monedas y agregó una sonrisa… que vale millones comparada con el dinero.


Éxito, ¡qué ilusión más costosa! Entre más lo buscamos, más nos encerramos en nuestro propio ego. Queremos ganar más, ser más, que el negocio crezca… pero olvidamos pensar y agradecer a todos los seres que destrozamos para lograrlo.

Parecería que esta estúpida noción de éxito nos vuelve una cultura del perpetuo fracaso e incansable sufrimiento.


La sociedad de consumo se especializa en usarlo todo hasta la destrucción. Usa a la Madre Tierra y a las personas. Las deja vacías y sin dignidad.

¿Y si comenzamos a pensar en otras formas de vivir?


No puedo creer mi suerte. Alguien me ha mirado y me ha obsequiado una sonrisa, a pesar de mi ropa vieja y mi silencio. Soy el hombre más feliz del mundo.


Mis alumnos son el Buda. Pero este corazón es muy pequeño. ¿Qué hacer con tanto cariño?


En silencio de zazen observo su silencio de zazen. Piernas cruzadas, espaldas rectas, manos en mudra.

No tengo nada, solo esta felicidad que no cabe en mi mochila.


Cuando dije adiós, sentí que las lágrimas querían asomarse. Aún no, les dije.