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No importa en qué país del mundo estés, la época histórica o cultura a la que pertenezcas; los procesos electorales siempre causan división, angustia y son generadores de odio por excelencia. Todo ello se traduce en sufrimiento, materia en la que ganamos todas las apuestas y concursos.
Los humanos somos unos genios cuando se trata de sufrir por cuestiones políticas porque la mente crea angustia, comparaciones con otras naciones y culturas, hay miedo a lo desconocido, pero por encima de todas las cosas, el ego sale desbocado a crear caos. Pensamos linduras del estilo de:
¡Cómo es posible que haya ganado las elecciones esa persona! ¡Si tan sólo los demás pensaran como YO! ¡Estos resultados ME afectan directamente! ¡La vida nunca será igual! ¡Malditos ignorantes! ¡Es lo peor que ME puede pasar! ¡Mejor me voy a otro país! ¡Todo va a explotar!
Creamos todo tipo de escenarios en la mente en los que somos las víctimas más grandes. La realidad absoluta es que no tienes la más remota idea de lo que pasará. Ni siquiera tienes certeza de que llegarás a ver el sol mañana. Pero la imaginación se pone activa disparando pensamientos fuera de control.
Y claro, también pensamos cosas como:
¡Lo sabía! ¡MI político es el mejor! ¡Ahora sí ME irá mejor! ¡Voy a poder hacer X que ME beneficia! ¡YO tenía la razón! ¡Tendré el país que YO merezco… ah, y mis hijos también!
La imaginación crea todo tipo de fantasías y justificaciones para hacerte sentir con la razón y justificado. Esto te ciega a todo tipo de discusiones y fortalece tu ego.
Cualquiera que se el caso, ego se desborda, la angustia y la inteligencia se cancela. Diseccionamos la vida para solo tomar los fragmentos que nos convienen, pero en ese proceso el odio nos quema para convertirnos en personas peligrosas. Causamos sufrimiento, división y somos víctimas de nuestro discurso mental.
Fallamos en política una y otra vez, a lo largo de las eras, porque tenemos esta mente obtusa que piensa solo en el YO. Los políticos piensan en su YO, tú piensas en tu YO… y nadie ve más allá de su propia ignorancia.
Pero te tengo una muy mala noticia. Elegir un gobernante no se trata de ti, tus intereses personales, de tu negocio, de tu futuro, tu beneficio o tus caprichos «informados». Tampoco se trata de tu país.
Se trata de la Vida, así con V mayúscula. Se trata de entender que la política es tan sólo un aspecto minúsculo de la existencia humana. Es tan solo una parte insignificante de lo que somos (spoiler: solo somos un animal más caminando por el planeta).
La angustia nos invade cuando ignoramos la Vida y solo pensamos en uno mismo.
¿Cuál es la medicina para la angustia política? Poner de lado el ego por un momento. Pensar en la Vida en su totalidad, en cómo los seres vivos siempre se benefician de las cosas, independientemente de opiniones personales.
La Vida es un sistema virtuoso que aprende y se mejora a sí mismo, va más allá de lo que percibimos con los sentidos. Tus acciones o falta de ellas, todo afecta a la vida. Esto es la Ley de Causa y Efecto, por la que vivimos en el Budismo Zen.
Los sentimientos de miedo y angustia se extinguen cuando adoptas la compasión como eje rector de tu existencia. La angustia política se va cuando participas el destino de la vida y aportas a ella con tus actos. Hay que entender que la Vida no existe para cumplir tus caprichos, sino que es todo lo contrario. Tú estás para aportar a la vida.
Mil políticos jamás superarán tu servicio para todos los seres que te rodean. Un millón de constituciones jamás estarán por encima de la bondad.
Cambiar el destino de una nación, de la cultura humana, nunca ha estado en manos de político alguno. Está en educarnos, en enseñar Gratitud, Compasión y Generosidad a los jóvenes para que sean ellos los políticos compasivos que tanta falta nos hace.
Pero eso no pasará si sigues esparciendo odio y pensando que tienes la razón. No la tienes. Lo único que tienes es este instante para servir a la Vida.