No dejes huellas. Que no quede rastro alguno de tus acciones o de tus no-acciones, para que no interfieras con las acciones de la Vida. Debemos dejar que la Vida misma se desenvuelva por sí sola.

Abandona toda búsqueda, todo control y todo juego. Sólo siéntate en Zazen y permite que el Buda se manifieste y haga el resto. En Zazen se generan ondas que nunca deben ser para uno mismo. Nuestra práctica Zen no es para nosotros tampoco. Piensa que Zazen es el anti-selfie. Retratamos la realidad, la vida como es, sin nosotros salir en la imagen. Es más, ni siquiera debemos estar ahí para presenciar nuestro despertar.

Porque cuando te sumerges en el silencio del Zazen… no hay más YO por despertar. Nuestra práctica hace posible participar en un universo que siempre ha estado despierto. Siempre despiertos a lo largo del camino, abrazando todas las condiciones de la vida. Sin oponernos. Sin resistencia.

Si nuestra vida es así, entonces siempre estamos disponibles y abiertos para todas las posibilidades que ofrece la existencia. Un practicante de Zen jamás está solo. Nunca estamos acorralados y jamás nos quedamos sin opciones.

Al fundirnos con el zafu, dejamos de interferir con el orden natural de las cosas y entendemos que en verdad nunca hemos controlado nada.

La Verdad de la Vida es la práctica más pura. Es hermosa, silenciosa y espontánea. No la podemos manufacturar, sólo contemplar.

La práctica Zen es el anti-selfie. Todos salimos en la foto… pero no hay nada qué retratar cuando la realidad misma es la foto más perfecta e inconmensurable.

Y todo comienza cuando guardas silencio, un segundo a la vez. Un paso a la vez.