Hace un par de días, luego de lanzar el primer reto del Chocobuda, alguien me preguntó por Twitter qué me había dado la idea. Respondí que la inspiración fue darme cuenta que todos nos quejamos y eso nos lleva a la infelicidad.
La respuesta que recibí fue:
No, hombre, no seas miope. Fingir ser un Buda tampoco te lleva a la felicidad, sólo a ser un hombre vestido de Buda. Pero ánimo.
Me hizo pensar. Hoy llego a la conclusión de que esta persona tiene razón. Él mismo es un Buda.
Soy un hombre vestido del Buda que finge ser el Buda. Tomo sus palabras, las estudio, las acaricio, las pongo sobre una mesa y las observo mil veces.
Cuando termino, las leo mil veces más. Sólo para confirmar que la profundidad de mi ignorancia es infinita.
Finjo ser el Buda porque es el ideal del servicio a la humanidad. Cada mañana canto las Cuatro Promesas y el último verso dice «… caminar hacia la iluminación, aunque esta nunca llegue».
Visto las ropas del Buda porque están construidas con parches sobrantes de tela, arreglados para que parezcan campos de arroz. Así siempre recuerdo que el arroz es la nutrición que necesito para seguir adelante y servir. El arroz es la nutrición que debo procurar para los que padecen hambre.
En efecto. Todo esto no lleva a la felicidad. El camino que elegí nunca me llevará a la felicidad como la conocemos todos. Para mi, el servicio es felicidad.
Cada acto, cada esfuerzo por ayudar, cada palabra escrita me acerca a ese elusivo concepto que es la iluminación. Que es más que claro, jamás alcanzaré.
También coincido. Soy miope. No puedo ver bien las cosas como son. Mis apegos, mis opiniones, mis aversiones nublan mi juicio. Por eso ayudo, ayuno, medito, estudio, escribo, me involucro.
El motivo de mi práctica es ayudar a todos los seres vivos, renunciando a mi mismo en muchos casos.
«Dar hasta que duela», me dice una y otra vez mi Maestro. Y coincido. Dar, servir y abrir mentes a la compasión es mi motivo de existir.
Soy de aquellos ilusos que piensan que pueden cambiar el mundo. Pero no con un movimiento armado. Tampoco con un movimiento intelectual que haga girar los engranes sociales.
El mundo se cambia con un acto de compasión a la vez.
Así que mi servicio terminará a la par que mi vida.
¿Pretencioso? Sí. Estoy consciente que por más que me esfuerce jamás cambiarán las cosas.
No puedo arreglar los problemas en Venezuela. No puedo parar las matanzas étnicas en África. No puedo lograr que el gobierno mexicano sea menos maléfico.
Pero puedo tomar pequeñas acciones para motivar a la gente a meditar, a dar y a ser compasivos.
Finjo ser el Buda porque todos somos el Buda. Soy un hombre vestido del Buda trabajando para merecer usar el koromo, la kesa y el rakusu.
Soy un tonto idealista, ignorante y simple. Y a la vez, no soy nada.
Estos son tiempos emocionantes. La tecnología nos permite disfrutar servicios que hace algunos años sólo sucedían en las historias de ciencia ficción. Hoy tenemos acceso a información en tiempo real, a bases gigantescas de conocimiento, a música de todo el mundo y entretenimiento sin límites.
Por supuesto también estamos conectados con millones de otros internautas, coleccionamos amigos como si fueran cromos y hacemos lo que sea por conseguir un retweet o un Me gusta.
Las ciudades son más grandes que nunca y la población ha crecido a niveles peligrosos.
Entonces, si estamos rodeados por millones de personas y conectados con cientos de amigos, ¿porqué nos sentimos tan solos?
La soledad es una enfermedad que ha pegado muy fuerte en los últimos años y, por más que lo neguemos, todos la hemos sentido… y no parece mejorar.
Existen muchas explicaciones para el sentimiento de soledad, pero una de las que más me ha hecho reflexionar es que la cultura del mundo se ha volcado al cultivo y adoración del ego.
En otras palabras; la ropa está diseñada para que YO me vea bien. La comida y la bebida están creadas para YO obtenga placer. El iPhone está hecho para YO esté más conectado. Tengo automóvil para que YO viaje más cómodo. YO sólo acudo a los eventos que ME convienen.
Las redes sociales están creadas con una idea que no aplica en la vida real: edición.
En Twitter y Facebook puedes editarlo todo. Tus fotos, para que la gente vea un ideal de ti. Tu información, para que tus amigos vean lo elocuente que eres. Tus preferencias, para experimentes el software como te gusta.
Este poder de editar la vida nos permite vender una idea engañosa de quiénes somos. Nos expresamos sin mirarnos a los ojos, sin sentirnos.
No importa cuántas personas nos rodeen o cuántos amigos reales tengamos, la saturación de ego es extenuante y termina por drenar cualquier voluntad de interactuar en la vida real. Esto se convierte en un vacío tan grande, que no tenemos con qué llenarlo, por más Me gustas o retweets que tengamos.
Intentamos tapar la soledad compartiendo fotos de comida o con mensajes de «tengo calor», esperando que alguien escuche. Quien sea.
Como mencioné, este es un problema complejo que da para libros enteros, no sólo un humilde post como este.
Pero eso no evita pueda compartir algunos consejos que me han funcionado para combatir la soledad.
1. Piensa en Nosotros
La palabra nosotros es hermosa porque implica trabajo en equipo, solidaridad, democracia, amor y compasión. En lugar de hacer cosas para satisfacer tu ego, haz cosas que ayuden a los demás, que impulsen a tus amigos o familia hacia adelante.
2. Sé más amable
La amabilidad es todo un tema de estudio para el budismo. Sin embargo ser cuidadoso de los modales y la cortesía siempre gana amigos. Saludar, sonreír, responder con atención y mirar a los ojos son actitudes que forman relaciones muy agradables.
3. Deja (o controla) las redes sociales
Sí, sí. Las redes sociales se convirtieron en una necesidad y todos disfrutamos de ellas. Eso lo entiendo. Pero no dejes que un timeline sea tu vida. La vida y las relaciones personales duraderas suceden allá afuera.
4. Pasa tiempo a solas
Sé que esto es un oxímoron, pero pasar tiempo a solas ayuda a no sentirse solo. Aprendes a vivir con lo que tienes, con lo que eres. Meditar, leer libros de papel (o en digital PERO sin conexión a Internet), escuchar música (sin video), beber un café o té por la tarde mientras escuchas el ruido de la ciudad; todo eso ayuda mucho.
5. Ayuda a la gente
La mejor forma de hacer amigos y de ver sonrisas, es siendo menos egocéntrico y ayudar a la gente. Dona tiempo o dinero a alguna institución en la que creas. Visita a tus viejos. Llama a tus amigos. Sonríe y saluda en la calle a todo mundo.
—
El secreto para combatir la soledad siempre ha estado en tus manos. Es cuestión de aprender a ver más allá del ego.
Siéntate a meditar porque es el único sitio del universo donde tú no existes.
Es donde puedes llegar, respirar tranquilo y saber que al entrar estás dejando el ego fuera de ti. Te miras por fuera y por dentro. Viajas por un espacio infinito donde están tus recuerdos, tus miedos y tus deseos. Hilas todos los cabos sueltos que forman tu vida, pero aprendes a dejar ir todo.
Lo bueno y lo malo flotan y se pierdan en la inmensidad. Se van los pensamientos y los sueños para dejar un vació efímero en donde el cuerpo y las leyes de la física ya no son relevantes.
En este lugar todos los budas se sientan en ti. Eres el Buda siendo el Buda, meditando como el Buda. Ya no eres tú. Eres el flujo de la vida que mueve al universo. Te conviertes en una gota más que cae y se une al océano cósmico.
Al meditar estás doblando el tiempo y el espacio para convertirlos en una sola masa relativa que da origen a lo absoluto.
Quizá el cuerpo esté en un zendo, en una escuela de yoga, en una estación del metro o en un hospital. La mente vacía abandona todo y te une al todo.
Eres todo. Todo eres. Es la dulce dualidad del ser en la que aprendemos que la tristeza y la desilusión son sólo parte de la vida y tenemos que abrazarlas justo como abrazamos la dicha y la felicidad.
Cuando meditas se eliminan las barreras y la división entre tú y no-tú. Ya no hay más fronteras, colores ni opiniones.
Cuando meditas alcanzas ese lugar donde no hay tú.
Son tiempos duros y muy tristes para la humanidad. Por todos lados parece haber atropellos a nuestros derechos básicos de alimentación, economía, educación, paz y democracia.
Basta leer un poco de las noticias para terminar con el espíritu consternado y con el corazón oprimido. Venezuela la está pasando muy mal. México tiene uno de los peores gobiernos de la historia y una narco guerra abominable. Siria sigue perdiendo hijos en una cruel y violenta guerra civil. Hay disturbios en Myanmar, Kiev y crímenes de odio por todos lados.
La crueldad y el egoísmo están creciendo de forma terrible. ¿O será que ahora estamos más conectados y podemos compartir más de lo peor?
No lo sé y no es mi papel juzgar diplomacia ni política internacional. Me declaro un completo ignorante, además de que mi opinión no tiene validez alguna.
Pero puedo hablar desde mi humanidad afectada por la ingenuidad del budismo.
Es muy posible que esté errado al pensar que nuestros problemas más fuertes no son nuestros gobiernos. Somos nosotros mismos y nos hemos ganado a pulso los gobiernos que tenemos.
Mientras sigamos siendo corruptos, ventajosos, hablemos con la mentira de por medio, odiando al que es diferente, maltratando a la mujer, manipulando a los demás, sobornando a la autoridad, robando, pasando por encima de otros para subir o no sabiendo cumplir promesas, olvidando a los pobres y a los adultos mayores o siendo crueles con los animales; todas estas pesadillas políticas seguirán sucediendo.
¿Cómo quejarse de un mal gobierno si espiamos a nuestra pareja o si atropellas los derechos de los demás para conseguir nuestros objetivos?
Nuestras quejas pierden validez si no las sustentamos con nuestros propios actos virtuosos.
El cambio no está en la revolución. Nunca lo ha estado. La historia nos demuestra una y otra vez que las revoluciones no funcionan. Generan más violencia y crueldad para terminar con gobernantes peores que los anteriores.
El cambio está en nosotros mismos, en la educación que nos procuramos y damos a nuestros hijos.
El cambio verdadero llega cuando integramos la compasión como valor principal a nuestra forma de vida. Al ponernos en los zapatos de los demás para entender que todos sufrimos.
Si todos los políticos del mundo entendieran un poco sobre compasión, sus crímenes serían menores.
Si cada uno de nosotros sintiera compasión por las personas en nuestra comunidad y ayudáramos a mejorar sus vidas, en lugar de envidiar u odiar, tendríamos grupos de personas comprometidas con un cambio social que comience con pequeños actos.
Si sintiéramos compasión por nosotros mismos cultivaríamos la mente, cuidaríamos la alimentación y daríamos lo mejor a nuestros cuerpos.
Repito, sé que soy demasiado ingenuo, que no tengo autoridad para hablar de lo que no sé.
¿Pero si nos esforzáramos un poco por entender sobre compasión y pasarla a los jóvenes?
Quizá todos los problemas se suavizarían un poco. No lo sé.
Es sólo algo que he estado pensando en los últimos días.
Si lo que escribo te es útil y te gusta, ¿por qué no invitarme un café? Gracias.
Sobre mi
¡Hola! Soy Kyonin, monje y maestro budista de la tradición Soto Zen. Formo parte de Grupo Zen Ryokan. Comparto la sabiduría eterna del Buda para ayudar a encontrar la paz interior y la liberación del sufrimiento. Juntos vamos en camino hacia la compasión.
En días de lluvia
la melancolía invade
al monje Ryokan
-Haiku de Ryokan Taigu Roshi