La compasión comienza contigo

La compasión comienza contigo

Como bien sabrás, parte del motivo de mi práctica como monje es compartir y promover la compasión (karuna, en Pali). Es un valor que está en riesgo de hundirse para siempre en este océano de individualismo y de egolatría. Y al mismo tiempo nos estamos ahogando como consecuencia de ello.

No se trata de compasión de decir «Ah, pobre indigente. ¡Cómo sufre!». Esta es compasión inútil y vacía.

Es muy claro (y la ciencia lo ha dicho una y otra vez), que la compasión y la amabilidad tiene muchos beneficios. Nos hace sentir bien, destruye la tristeza y la depresión, mejora la salud; y encima de todo, los demás salen beneficiados.

Se trata de entender que todos los seres vivos sufrimos y de tomar acciones para ayudar y mejorar las condiciones de todos.

Aquí es donde nuestro ego y ceguera se interponen. Queremos que el mundo funcione y que los demás sientan compasión hacia nosotros. Queremos que el gobierno deje de atropellarnos, una mejor pareja, que la contaminación se termine, mejor condición para los niños de la calle, paz en el mundo… pero creo que no tenemos la calidad moral de pedir nada.

Es imposible exigir un trato digno, cuando manipulamos y mentimos.

Es de vergüenza implorar que los políticos sean honestos, cuando nosotros no lo somos ni con nosotros mismos.

No tenemos cara para pedir que los conductores de transporte público sean éticos, cuando al conducir un auto somos los primeros en pasar por encima de las reglas.

No tiene sentido pedir paz y fin al crimen, cuando somos los primeros en explotar en violencia a la primera provocación.

La lista puede continuar, por supuesto. Vivimos en esta eterna contradicción donde queremos que el universo funcione sin esforzarnos en nada.

Y es que la compasión necesita comenzar dentro de nosotros. Para recibir respeto, debemos entenderlo a fondo. Eso sólo se logra sintiendo respeto hacia nosotros, como organismos vivos.

Una buena alimentación, dedicar tiempo a meditar, leer muchos libros, tener la mente abierta a la diversidad y nuevas ideas; son actos de amor propio y de respeto absoluto. Cada vez que respetamos el cuerpo-mente, convertimos la vida en algo sagrado y puro.

El respeto y la compasión comienzan dentro de nosotros.

Hasta que lo sintamos hasta el tuétano, no tenemos capacidad moral de pedir que el universo nos respete.

Imagen: Kannon o Avalokiteshvara, bodhisattva de la compasión.

 

Algunos consejos para combatir la tristeza

Algunos consejos para combatir la tristeza

ATENCIÓN: No soy médico. No soy psicólogo. No soy nadie, en realidad. Si padeces depresión crónica acude con un profesional para que te ayude. Sé responsable con tu salud.

La tristeza es parte normal del proceso de sanación.

Dolor y sufrimiento son diferentes. Debemos prestar atención a nuestras emociones. El dolor por la pérdida y por cierres siempre es abrumadora y es normal llorar mucho por ello. Puede tardar semanas o meses. Poco a poco se irá deslavando hasta llegar a la tranquilidad de nuevo.

Sin embargo sufrir es distinto. Sufrir es cuando ponemos el ego por delante y pensamos «¿porqué a mi?», «me duele mucho», «me muero», «me rompieron el corazón»… Es decir, nos enfocamos en el YO y nos convertimos en víctimas.

Sé que es difícil de entender, pero aquí la meditación es nuestra herramienta principal. Con la constancia la mente aprenderá a dejar ir la tristeza y a ver el dolor por fuera, como espectadores. Así nos desasociamos de las emociones y es más fácil manejarlas.

Entiendo que meditar en tiempos de crisis es difícil, pero es cuando más se necesita.

La práctica de la meditación en budismo zen se llama shikantaza: sólo siéntate y medita. Sin cuestionar y sin intelectualizar. Sólo hazlo.

Otro consejo que siempre funciona es que hagas algo por los demás. Salir de casa e involucrarnos con alguna causa noble es de gran ayuda.

La tristeza y el sufrimiento se controlan muy bien cuando nos enfocamos a aplacar  el dolor y la necesidad ajenas. Sólo así comprendemos que todos los seres tienen problemas y necesitan ayuda.

Cuando somos generosos y compasivos, la tristeza pasa a segundo grado y una cascada de felicidad nos bañará.

Por supuesto estas acciones no son sustituto de terapia profesional, en caso de ser necesaria.

Sin embargo estas medidas seguro ayudan.

 

¿Quieres ser feliz? ¡Practica la compasión!

¿Quieres ser feliz? ¡Practica la compasión!

Existen cientos de textos que apuntan a que la compasión nos lleva a la felicidad.

Lo dice el Dalai Lama, lo marcan casi todas las religiones del planeta, lo afirman los filósofos desde la antigüedad.

La ciencia nos dice que la compasión:

  • Estimula la producción de serotonina. Es mayor en quien dá, que en el receptor
  • Ayuda a tener buena salud porque las heridas cicatrizan más rápido y provee calma
  • Hace que el cerebro produzca endorfinas
  • Hace que el cuerpo produzca oxitocina, hormona que nos vuelve más amigables. Incrementa la confianza y la generosidad. Fortalece el sistema inmunológico.
  • Nos hace producir DehydroepiandrosteronA (DHEA), hormona esteroide que retarda el envejecimiento
  • Ayuda a eliminar el estrés

Pero independientemente de todo ello, ser compasivo se siente muy, muy bien.

Ser egoísta y maléfico = infelicidad

Ser compasivo = ser feliz

¿Cuál prefieres?