Cada enero hacemos propósitos y sabemos que esta vez será «la buena». Por fin bajaremos de peso, leeremos más, despertaremos temprano. Pero en la tercera semana de enero se termina la inercia y comenzamos a postergar las cosas.
Por un día no pasará nada, ¿verdad? Quizá mañana regresamos a la disciplina.
Un día se convierte en dos y luego en tres. Cuando volteas te das cuenta que es diciembre y todas esas intenciones de cambio y mejoras quedan en el olvido.
Revisando libros, blogs y otros materiales, me percaté de que casi toda la documentación y motivos existentes en torno a esta materia están enfocados al ego.
Dan por hecho que el motor del cambio está dado por una búsqueda personal de engrandecimiento propio. Algunos llegan tan lejos como firmar un contrato con uno mismo para no fallar.
Bajarás de peso, meditarás diario, harás ejercicio, serás más productivo, no te desvelarás… Tú. Sólo tú. Firma aquí.
Por supuesto la mente traduce esto como: el beneficio de estos esfuerzos es para mi.
Yo me veré mejor.
Yo tendré más concentración.
Yo reduciré mi estrés.
Yo mejoraré mi salud.
Yo generaré más dinero.
Nos cerramos a la realidad de que absolutamente todos en esta vida estamos interconectados. Y estos métodos de hábitos olvidan enseñar que todos nuestros actos tienen consecuencias, buenas o malas.
Cuando nuestra motivación para el cambio es egoísta, las posibilidades de falla se incrementan; al igual que la probabilidad de sufrimiento.
Nos visualizamos teniendo éxito en lo que emprendemos, disfrutando la recompensa del arduo trabajo. Sin embargo, olvidamos que estamos rodeados de un universo al cual pertenecemos. Entonces, cuando el universo no cumple nuestras fantasías, viene la frustración y la culpa. Es decir, sufrimos.
Esta tendencia de fracaso puede continuar ad infinitum. Sólo se romperá hasta que comprendamos que nuestras acciones repercuten en el universo que nos rodea, que nuestras relaciones personales son afectadas y que podemos inspirar a los demás.
Si abrimos la mente, olvidando por un momento el conocimiento convencional, y observamos nuestra propia vida; podremos notar los finos hilos que conectan la realidad.
Cualquier cambio de hábitos es mucho más grande que nuestro ego. Nos afectan a todos.
Ejemplos:
Al trabajar de forma más eficiente mejoras a la empresa en la que trabajas. Esto genera más recursos y dinero para mantenerte a ti y a tus compañeros con empleo.
Al comer alimentos saludables mejorarás tu salud. Esto te dará salud y energía para disfrutar a tu familia y amigos, quienes se benefician de esto para su propia felicidad.
Al meditar diario mejorarás tu mente. Ello te dará calma y paciencia para que los demás se sientan seguros y tranquilos junto a ti; haciendo que trabajen mejor, que tengan mejores días.
Cuando entendemos esto, los hábitos adquieren un nuevo matiz porque comprendemos la responsabilidad que hay de por medio.
Somos los responsables de nuestra propia felicidad, eso es real. Pero también somos responsables de la felicidad de quienes nos quieren, de nuestra familia y amigos, y del universo en general.
Muchos métodos de hábitos se centran en una recompensa final ególatra.
Pero creo que es mucho mejor pensar en nuestra responsabilidad de mejorar a los demás, de empujarlos hacia adelante.
Eso es más grande que tú y que yo juntos porque creamos condiciones para que todos los seres tengan una vida más cómoda. Eso se llama compasión.
Si quieres saber más sobre hábitos y cómo hacer que permanezcan, este taller es para ti.
Quizá uno de los monstruos más difíciles de vencer es nuestra propia apatía. Es la que nos ata y nos mantiene inmóviles mientras la vida alrededor se desarrolla.
En esta charla hablo de algunas razones por las que fallamos al intentar hacernos de nuevos hábitos, y respondo preguntas de los participantes.
Hubo una pregunta que me hicieron y no respondí, pero lo hago aquí.
¿Es la meditación el hábito más importante? Sí que lo es. Cuando meditas dejas de lado el ego, suspendes las preguntas y aceptas la vida como es. Por unos instantes puedes mirarte sin apegos u opiniones, para apreciar el camino que tienes qué recorrer. Meditar te calma, te da cimientos para seguir adelante y nos hace ver la vida con ojos frescos.
Esto y mucho más en la charla.
¡GRACIAS A TODOS!
Si quieres saber más sobre hábitos y comenzar 2018 haciendo cambios positivos en tu vida, este taller es para ti.
En mis años de artes marciales entrené Iaido, que es el conjunto de técnicas para desenfundar la espada y responder a un ataque.
Un día en el dojo, un compañero comenzó a entrenar con una katana muy hermosa. Se veía muy bien, sonaba bien… pero a los 20 minutos, luego de algunas repeticiones de suburi(corte vertical de arriba hacia abajo), la hoja de la espada se desprendió de la empuñadura, salió volando y golpeó en el hombro al practicante de enfrente. Por suerte la hoja no tenía filo y no hubo daños qué lamentar… a parte del susto y la sorpresa de todos.
Sensei miró la escena en silencio y cuando todo pasó, reprimió a gritos a mi compañero. Y la verdad es que no era para menos.
Luego de la clase, Sensei explicó que habían dos tipos de katana: la ornamental y la real.
La ornamental es la que uno puede encontrar en cualquier tienda de baratijas orientales. Son lindos artículos para colgar en la pared o poner sobre el escritorio de un ejecutivo. Son perfectas para impresionar a quien no tiene idea. Pero son espadas hechas de hierro colado en una planta industrial. Son frágiles y no resisten el entrenamiento en un dojo. Es fácil que la hoja se rompa en pedazos al chocar con una katana real, además de que ésta es muy corta y no abarca todo el interior de la empuñadura. Básicamente, las katana que venden en las tiendas chinas no sirven para nada.
Las katana de verdad están forjadas a golpes, con acero templado con las manos expertas de al menos 3 artesanos (video). Las mejores espadas necesitan hasta 500,000 golpes y toman al menos 6 meses de trabajo diario, atención a los detalles y mucha concentración. Estas armas se entonan, se afilan y se pulen para que sean durables, ligeras y que siempre estén listas para lo que sea.
Esto lo escribo porque los hábitos son justo como katana. Podemos intentar crear un hábito en 20 días, como dicen los blogueros de productividad… o podemos tomar el tiempo, el cariño y la atención para caminar por la ruta larga. Sin prisas y sin urgencia alguna.
Y es que una de las lecciones más grandes que la vida tiene para nosotros es que la naturaleza no lleva prisa alguna.
Piensa en nuestra Madre Tierra. Ella lleva 4.5 billones de años en cambio constante. Se inventa a sí misma todos los días. Se modifica constantemente y todo el tiempo está en busca de nuevas maneras de hacer las cosas y de responder a los estímulos que le rodean.
No hay ningún tipo de urgencia o emergencia. Hace lo que debe hacer en el tiempo que se requiera. Los continentes tomaron millones de años en formarse. Los ríos tardan siglos en construir su cauce. Los árboles también se lo llevan muy tranquilos para generar bosques.
Si el orden natural de la vida es lento y lo sabemos, ¿entonces porqué los humanos tenemos tanta prisa?
Todo lo queremos aquí y ahora. Corremos para un lado y para el otro para poder lograr cosas, y así sentirnos importantes. Y si no obtenemos lo que deseamos, entramos en conflicto que nos lleva a la depresión.
Esto lo aplicamos para las relaciones personales, para el trabajo, para los estudios y hasta para la política.
Una y otra vez nos damos contra la pared porque nuestro ego olvidó que el ser humano es parte de la naturaleza, no es dueño de ella. Deseamos imponer nuestra urgencia ante el orden de la existencia, pero al universo le importa un comino.
Hemos construido una cultura que gira en torno a la recompensa inmediata, que es seductora y fácil… si estamos dispuestos a pagar el precio, que por lo regular es más alto de lo que creemos.
Compramos la píldora mágica para bajar de peso, vamos a la universidad que prometa menos años de instrucción, nos involucramos en relaciones que solo apuntalan el deseo y no el amor, y olvidamos la magia que es leer un libro sin monitos (ilustraciones). Tarde o temprano enfrentaremos el resultado de nuestra pereza y deseo por lo fácil.
Y cuando se trata de querer crear un nuevo hábito, esta búsqueda por lo fácil nos hará fallar sin remedio.
Por esa razón es que el mito de los propósitos de año nuevo me parece muy divertido. Los hacemos en la celebración del 1 de enero, para olvidarlos una semana después.
Si hay algo que aprendí en todos mis años de obesidad, es que no hay forma alguna de que un hábito quede instalado si buscamos la píldora mágica.
Los hábitos son como forjar una katana. Necesitan ir lento, a golpes, con vigor, pasando primero por fuego y caos, para luego enfriarse y ser una espada resistente y duradera; que nos ayude a mantener la paz.
Si en lugar de ir en contra de la naturaleza, la observamos y tomamos las lecciones que nos pone en nuestras narices, quizá sería posible lograr nuestros objetivos de año nuevo.
Quizá uno de los monstruos más difíciles de vencer es nuestra propia apatía. Es la que nos ata y nos mantiene inmóviles mientras la vida alrededor se desarrolla.
En esta charla que traigo de regreso, tocamos algunas razones por las que fallamos al intentar hacernos de nuevos hábitos, y respondo preguntas de los participantes.
Hubo una pregunta que me hicieron y no respondí, pero lo hago aquí.
¿Es la meditación el hábito más importante? Sí que lo es. Cuando meditas dejas de lado el ego, suspendes las preguntas y aceptas la vida como es. Por unos instantes puedes mirarte sin apegos u opiniones, para apreciar el camino que tienes qué recorrer. Meditar te calma, te da cimientos para seguir adelante y nos hace ver la vida con ojos frescos.
Esto y mucho más en la charla.
¡GRACIAS A TODOS!
Si quieres saber más sobre cómo hacer que tus hábitos y propósitos se queden para siempre, te invito a Shojiki, el taller de hábitos.
La naturaleza no lleva prisa alguna. ¿Lo has notado?
Piensa en nuestra Madre Tierra. Ella lleva 4.5 billones de años en cambio constante. Se inventa a sí misma todos los días. Se modifica constantemente y todo el tiempo está en busca de nuevas maneras de hacer las cosas y de responder a los estímulos que le rodean.
No hay nada que urja. Hace lo que debe hacer en el tiempo que se requiera. Los continentes tomaron millones de años en formarse. Los ríos tardan siglos en construir su cauce. Los árboles también se lo llevan muy tranquilos para generar bosques.
Si el orden natural de la vida es lento y lo sabemos, ¿entonces porqué los humanos tenemos tanta prisa?
Todo lo queremos aquí y ahora. Corremos para un lado y para el otro para poder lograr cosas, y así sentirnos importantes. Y si no obtenemos lo que deseamos, entramos en conflicto que nos lleva a la depresión.
Esto lo aplicamos para las relaciones personales, para el trabajo, para los estudios y hasta para la política.
Una y otra vez nos damos contra la pared porque nuestro ego olvidó que el ser humano es parte de la naturaleza, no es dueño de ella. Deseamos imponer nuestra urgencia ante el orden de la existencia, pero al universo le importa un comino.
Hemos construido una cultura que gira en torno a la recompensa inmediata, que es seductora y fácil… si estamos dispuestos a pagar el precio, que por lo regular es más alto de lo que creemos.
Compramos la píldora mágica para bajar de peso, vamos a la universidad que prometa menos años de instrucción, nos involucramos en relaciones que solo apuntalan el deseo y no el amor, y olvidamos la magia que es leer un libro sin monitos (ilustraciones). Tarde o temprano enfrentaremos el resultado de nuestra pereza y deseo por lo fácil.
Y cuando se trata de querer crear un nuevo hábito, esta búsqueda por lo fácil nos hará fallar sin remedio.
Por esa razón es que el mito de los propósitos de año nuevo me parece muy divertido. Los hacemos en la celebración del 1 de enero, para olvidarlos una semana después.
Si hay algo que aprendí en todos mis años de obesidad, es que no hay forma alguna de que un hábito quede instalado si buscamos la píldora mágica.
Los hábitos son como la formación de planetas. Necesitan ser lentos, pasando primero por fuego y caos, para luego enfriarse y comenzar a girar en armonía y sin parar.
Si en lugar de ir en contra de la naturaleza, la observamos y tomamos las lecciones que nos pone en nuestras narices, quizá sería posible lograr nuestros objetivos de año nuevo.
No importa lo mucho que te urja o cuanto sufras porque no lo tienes aquí y ahora, la ruta más larga es la mejor. Es donde más aprendes y puedes detenerte a disfrutar el paisaje.
«Arrogancia es un ego no saludable que debe ser reparado.»
Continuamos con estos pequeños razonamientos sobre el cultivo de hábitos.
Revisando libros, blogs y otros materiales, me percaté de que casi toda la documentación y motivos existentes en torno a esta materia están enfocados al ego.
Dan por hecho que el motor del cambio está dado por una búsqueda personal de engrandecimiento propio. Algunos llegan tan lejos como firmar un contrato con uno mismo para no fallar.
Bajarás de peso, meditarás diario, harás ejercicio, serás más productivo, no te desvelarás… Tú. Sólo tú. Firma aquí.
Por supuesto la mente traduce esto como: el beneficio de estos esfuerzos es para mi.
Yo me veré mejor.
Yo tendré más concentración.
Yo reduciré mi estrés.
Yo mejoraré mi salud.
Yo generaré más dinero.
Nos cerramos a la realidad de que absolutamente todos en esta vida estamos interconectados. Y estos métodos de hábitos olvidan enseñar que todos nuestros actos tienen consecuencias, buenas o malas.
Cuando nuestra motivación para el cambio es egoísta, las posibilidades de falla se incrementan; al igual que la probabilidad de sufrimiento.
Nos visualizamos teniendo éxito en lo que emprendemos, disfrutando la recompensa del arduo trabajo. Sin embargo, olvidamos que estamos rodeados de un universo al cual pertenecemos. Entonces, cuando el universo no cumple nuestras fantasías, viene la frustración y la culpa. Es decir, sufrimos.
Esta tendencia de fracaso puede continuar ad infinitum. Sólo se romperá hasta que comprendamos que nuestras acciones repercuten en el universo que nos rodea, que nuestras relaciones personales son afectadas y que podemos inspirar a los demás.
Si abrimos la mente, olvidando por un momento el conocimiento convencional, y observamos nuestra propia vida; podremos notar los finos hilos que conectan la realidad.
Cualquier cambio de hábitos es mucho más grande que nuestro ego. Nos afectan a todos.
Ejemplos:
Al trabajar de forma más eficiente mejoras a la empresa en la que trabajas. Esto genera más recursos y dinero para mantenerte a ti y a tus compañeros con empleo.
Al comer alimentos saludables mejorarás tu salud. Esto te dará salud y energía para disfrutar a tu familia y amigos, quienes se benefician de esto para su propia felicidad.
Al meditar diario mejorarás tu mente. Ello te dará calma y paciencia para que los demás se sientan seguros y tranquilos junto a ti; haciendo que trabajen mejor, que tengan mejores días.
Cuando entendemos esto, los hábitos adquieren un nuevo matiz porque comprendemos la responsabilidad que hay de por medio.
Somos los responsables de nuestra propia felicidad, eso es real. Pero también somos responsables de la felicidad de quienes nos quieren, de nuestra familia y amigos, y del universo en general.
Muchos métodos de hábitos se centran en una recompensa final ególatra.
Pero creo que es mucho mejor pensar en nuestra responsabilidad de mejorar a los demás, de empujarlos hacia adelante.
Si lo que escribo te es útil y te gusta, ¿por qué no invitarme un café? Gracias.
Sobre mi
¡Hola! Soy Kyonin, monje y maestro budista de la tradición Soto Zen. Formo parte de Grupo Zen Ryokan. Comparto la sabiduría eterna del Buda para ayudar a encontrar la paz interior y la liberación del sufrimiento. Juntos vamos en camino hacia la compasión.
En días de lluvia
la melancolía invade
al monje Ryokan
-Haiku de Ryokan Taigu Roshi