El engrane autojamonoide

El engrane autojamonoide

Hacerla de jamón. Frase de uso muy popular en la Ciudad de México con la que sus habitantes llaman a los obstáculos de la vida: En el gobierno me hacen de jamón todos los trámites. / También se usa para declarar que una situación ha causado drama innecesario: Terminó con su novia y se la está haciendo de jamón él solo. / En otras ocasiones se dice para declarar incomodidad por el exceso de procesos involucrados para obtener un beneficio: Me están haciendo de jamón mi título universitario.

A muchos nos encanta hacer la vida de jamón. Cualquier cosa que nos pase se convierte en un suceso que nos afecta enormemente. Es decir, somos especialistas en sufrir.

Ya sea que necesitemos realizar un trámite, que vivamos una separación o que el universo no cumpla nuestros caprichos, el drama siempre está al alcance de la mano.

Por más que queramos evitarlo, echamos a andar ese pequeño sistema dentro de nosotros. Es un motor que siempre está listo para funcionar. Lo he llamado El Engrane Autojamonoide porque… ¡ah cómo nos gusta hacérnosla de jamón a nosotros mismos!

Sufrir es una de las actividades más fáciles que tenemos los humanos. Esto es debido a que el ego ha crecido tan fuera de control, que de pronto pensamos que el cosmos gira alrededor de nosotros y nos sentimos personalmente atacados.

Sufrimos por el clima, cualquiera que sea; si las condiciones de trabajo cambian un poco; si hay separación; si hay amor; si el equipo de futbol no gana; por nuestros padres, hijos, hermanos, primos y amigos; por la religión; por la música de alguien más; por el sistema operativo que los demás usan…

¡Nos la hacemos de jamón por todo! El Engrane Autojamonoide es una maquinaria muy eficiente.

Quizá suena divertido y sea algo que todo mundo hace, pero la verdad es que es una conducta negativa donde la principal víctima es uno mismo.

Cuando buscamos drama innecesario generamos un mundo inhóspito y muy hostil. Es un sistema de rechazo mutuo, de desconfianza y de amargura que afecta nuestras relaciones personales y nuestra experiencia de vida.

Hacerla de jamón por todo sale muy caro en dinero, en salud y en tranquilidad.

Por suerte hay muchas maneras de inutilizar el Engrane Autojamonoide.

La primera y más importante es poner atención a nuestras reacciones. No se necesita ser monje budista o psicólogo experto para notar cuando estamos exagerando las cosas. Se trata tan sólo de revisar si la situación por la que estamos pasando en verdad es taaaaan grande como lo imaginamos.

Luego viene un chequeo de ego. Si tu discurso está plagado de yo, mi, me, a mi, entonces tu ego está inflamado y listo para echar a andar el tan mencionado mecanismo del jamón.

Por último, la meditación es la medicina que controla y deshabilita el engrane. No para siempre, no.  El Engrane es parte de nosotros. Pero sin duda se controla mejor. Con práctica y con disciplina, la mente del meditador se aclara para poder estar atento a sus reacciones y palabras.

Así que te pregunto… ¿cómo piensas hacerla de jamón este día?

Nota Chocobudista: La primera enseñanza del Buda, luego de haber alcanzado la iluminación, fue sobre las Cuatro Nobles Verdades (Catt?ri Ariyasacc?ni). Éstas nos dicen que la vida incluye sufrimiento (dukkah), el sufrimiento tiene una causa, el sufrimiento tiene un final, existe un camino hacia una vida tranquila. Con la iluminación el Buda pudo destruir su Engrane Autojamonoide.

 

Zen y minimalismo

Zen y minimalismo

Hace unos días un amigo en mi sangha comentó que la práctica del budismo zen iba de la mano con la práctica del minimalismo. Eso me hizo pensar un momento y siguió una muy agradable conversación.

Concluimos que la práctica del zen nos lleva a una vida minimalista.

Esto es debido a que la espina dorsal del budismo es la práctica de zazen (meditación) y el estudio del dharma. Para efectos de este post me enfocaré en la primera.

Cuando uno se sienta en zazen diariamente, con disciplina y sin fallar, experimenta muchísimos cambios. La ciencia ha demostrado una y otra vez que meditar trae una cantidad enorme de beneficios al cuerpomente. Parecería que cada mes se publica un nuevo estudio al respecto, puesto que la neurociencia ha llegado a comprender mejor la mente humana gracias a los estudios en meditadores.

Los cambios suceden a nivel físico, por supuesto. Pero también el meditador experimenta modificaciones en su comportamiento y en su relación con el universo.

Después de un par de meses de zazen uno se percata que es más difícil enojarse y caer en la ira. No significa que las cosas dejen de importar, es sólo que la mente se abre a más posibilidades pacíficas. El ego se comienza a controlar, así que el drama no llega tan frecuentemente. Y aunque sea de forma muy lenta, dejar ir las cosas, situaciones y relaciones se torna natural.

También llega una necesidad espontánea de entender a los demás, de escuchar y de ayudar; es decir, el meditador se vuelve mucho más paciente, comprensivo y compasivo.

Aquí viene lo más interesante: practicar zazen trae como resultado menos apegos materiales y físicos.

De pronto coleccionar cosas deja de ser interesante. Acumular libros, revistas, ropa, decoración y todo eso que antes era importante, comienza a perder relevancia.

Donar, tirar o reciclar objetos que antes hubieran sido sagrados, se vuelve parte del cotidiano.

El practicante de zen deja de necesitar distracciones materiales y mentales porque está contento con lo que hay aquí y ahora.

De ninguna manera esto no significa que se convierta en un bicho extraño y que se vaya a vivir a una caverna al bosque. Tampoco significa que sea un ser insensible. No. Es sólo que la búsqueda personal se enfoca hacia el interior, no a las posesiones.

El minimalismo llega gradualmente, de forma natural.

Otro punto a aclarar es que no tienes que ser budista para volverte minimalista. Tampoco tienes que ser un meditador con años de experiencia. En realidad no importa la filosofía o la religión. Lo que importa es tener conciencia para entender que el alma del minimalismo es poner atención al presente.

Practicar zazen nos une al silencio por dentro y por fuera.

¿Suena loco? Lo es.

Pero no me creas a mi, que no soy nadie. Experimenta. Medita. Hoy.

 

 

El minimalismo es natural para el ser humano

El minimalismo es natural para el ser humano

Desde hace algún tiempo he estado muy interesado en la psicología evolutiva(PE), que estudia los cambios en nuestro comportamiento derivados por la evolución y la selección natural.

No importa cuánto nos esforcemos en pensar que somos los «reyes de la creación», al final somos un animal más en el mundo. No somos diferentes de cualquier otro mamífero. Nuestras reacciones, pesamientos y emociones están ahí como resultado de millones de años de cambios graduales. Están grabados en nuestro ADN y rigen nuestra conducta actual, a pesar de estar en el punto más alto de la tecnología y el desarrollo.

Me parece fascinante porque va de la mano con las ideas centrales del budismo zen.

Parte del objeto de estudio de la PE es analizar cómo funcionan las culturas cazadoras-recolectoras que aún habitan el planeta, porque son lo más parecido que tenemos a los primeros seres humanos que vivían en África hace 200,000 años.

Son pueblos que viven en lo más profundo de las selvas o planicies y que no se han incorporado a la civilización de consumo. Subsisten con sus valores, creencias y costumbres. No tienen necesidad de integrarse al mundo moderno porque su ecosistema les da todo lo que necesitan.

Hay muchos datos curiosos sobre estas culturas. Por ejemplo, no tienen comida industrial, por ende no existe la obesidad ni enfermedades como el cáncer o la diabetes. Tampoco conocen la demencia, el autismo o el síndrome de déficit de atención. No requieren vacunas. No tienen trabajos de oficina, autos o centros comerciales; así que no tienen estrés ni enfermedades de los nervios. No están conectados por telecomunicaciones, entonces su contacto es cara a cara. El concepto de machismo o feminismo no existe, sólo hay equidad y trabajo en equipo.

Sale el sol y despiertan para ir a conseguir el alimento del día. Dedican mucho tiempo a la espiritualidad y al desarrollo de costumbres y rituales de grupo.

Viven en perfecta comunión con la Tierra.

Cada uno de los factores mencionados es digno de estudio. Pero es importante resaltar el hecho de que sólo tienen lo que necesitan.

Los aborígenes australianos o los Yanomami en América del Sur no atesoran libros, música ni adornos. No sienten apego hacia lo material porque ni siquiera tienen dónde almacenar la cantidad de basura que nosotros acumulamos.

No tienen una casa enorme que limpiar. No tienen mil tanques de gasolina qué llenar para su nuevo Mazda. Tampoco piensan en pagar el seguro o la tarjeta de crédito. No se preocupan por el guardarropa. No compran apps. No acumulan riqueza porque entienden que ésta es sólo una ilusión y que no es necesaria para la vida.

Estas sociedades tienen exclusivamente lo que pueden cargar en sus manos o en alguna bolsa hecha a por ellos mismos.

Y según estudios como este de la Universidad Vrije (Bruselas), sabemos que los cazadores-recolectores actuales son personas felices. Es más, los que se han tratado de integrar a las grandes ciudades terminan enfermos de los nervios o con diabetes.

Por supuesto yo jamás propondría un retroceso de la civilización, no. Tampoco diría que vivir como cavernícola es lo mejor.

La humanidad ha tocado niveles sorprendentes de progreso y si podemos lograr que la ciencia y la cultura sean libres para todos, llegaremos mucho más lejos de lo que imaginamos.

Así que retomar la vida primitiva  es impensable.

Pero sí debemos encontrar un equilibrio entre lo que poseemos y lo que somos por dentro. Necesitamos tomar el control sobre el consumismo desmedido y mirar hacia adentro de nosotros.

Necesitamos menos autos y más meditación. Necesitamos menos colecciones y más generosidad. Para ser felices debemos liberarnos del yugo de los apegos, para poder ayudar a los demás a salir adelante.

En tiempos de las orgías de individualidad en pantallas de 4″, mirar hacia las sociedades cazadoras-recolectoras nos puede ayudar a tomar el control del caos interno.

El minimalismo es natural al ser humano. Es parte de nuestra identidad como especie.

Entonces, ¿porqué nos esforzamos en negar el minimalismo?

 

Deja tus armas antes de entrar al templo

Deja tus armas antes de entrar al templo

En la antigüedad se pensaba que los templos eran lugares sagrados donde se acudía a hacer reverencia a alguna deidad o iluminado. La gente entraba en comunión con el mundo espiritual, que siempre ha sido parte innata del ser humano. Se mostraba respeto, interés y, por sobre todas las cosas, la voluntad de estar en armonía con la comunidad y el mundo al rededor.

Independiente al credo, la búsqueda interna por ser mejor y tener buena calidad de vida, son nuestra naturaleza. El mundo y la civilización humana han cambiado mucho y ahora la espiritualidad se reduce a un puñado de apps y compras sin sentido. Pero eso es tema para otro día. De origen siempre hemos buscado la paz y tranquilidad en lo espiritual.

Y en casi todas las culturas, a la entrada de los templos, se podía leer esta advertencia:

Deja tus armas antes de entrar al templo.

Siendo lugares sagrados, los templos no aceptaban utensilios para erradicar la vida o dañar a alguien.

El budismo Soto Zen no es diferente a otras filosofías en el sentido de que necesitamos un lugar para congregarnos y practicar en grupo. Es decir, los templos son parte de la cultura zen. Dejar las armas fuera también es valor requerido para acceder al templo.

A pesar de que existen muchos templos zen en el mundo, hay un concepto hermoso con el cual practicamos diario: tu cuerpo-mente es tu templo.

Cuerpo-mente es una palabra única, sin división. Está formada de dos conceptos que hemos dividido con el paso del tiempo, pero siempre ha sido una sola cosa. Es una amalgama perfecta que nos empeñamos en destruir.

Tu cuerpo es el vehículo con el cual te mueves por el mundo. Con él trabajas, juegas y experimentas las sensaciones que trae estar vivo.

La mente es el conjunto de cualidades cognoscitivas con las que entiendes el universo al rededor y te dan personalidad, producto de millones de años de selección natural.

Cuerpo-mente eres tú. Tú eres tu templo y es hermoso.

Entonces, ¿por qué nos empeñamos en violarlo una y otra vez con armas?

Existen armas «duras» como pistolas o cuchillos. Esas están diseñadas para extinguir templos.

Pero me refiero a otras armas más letales, capaces de producir muchos mayores daños y sufrimiento. Estos son algunos ejemplos de las armas más comunes que usamos en nuestra contra:

Los tres venenos: Ignorancia, Apego y Aversión

Estos venenos son naturales al ser humano. Ignorancia no se refiere a falta de estudios, sino a la capacidad que tenemos de ignorar la realidad y el sufrimiento de los demás. Apego son deseos, avaricia y obsesiones. Aversión es el reflejo de todas las cosas que rechazamos y que odiamos. Cuando los tres venenos dominan, la mente y el corazón se rompen y dejamos de ver las cosas como son.

Ira

Sentir ira de vez en cuando es normal y hasta sano para algunas personas. Se convierte en un arma cuando nos abrazamos a ella y no la soltamos.

Abuso físico

El cuerpo humano es una máquina que necesita cuidados y mantenimiento. No hay por qué abusar de él o del cuerpo de los demás.

Sustancias tóxicas

Drogas de todo tipo nublan la mente y arruinan la experiencia de la vida. Son armas muy poderosas que cuesta trabajo sacar cuando la adicción está presente. Pero es posible.

Nutrición errónea

Es impresionante lo que una nutrición adecuada puede hacer. Pero también es estremecedor ver lo que los alimentos dañinos pueden causar. Todo se puede resumir a esto: La comida natural te cura. La comida de fábrica te enferma.

La lista puede seguir por cientos de posts. Hay tantas armas contra nuestro templo como estrellas en la noche.

El punto es: ¿estás dispuesto a meter armas al templo? ¿Vale la pena?

Esto no es Zen

Esto no es Zen

Por más que me esfuerce me es imposible dar una definición de Zen. Sería pretencioso y tonto en extremo. No soy nadie en realidad.

Han pasado casi dos milenios 800 años* desde que Master Dogen llevó el Zen a Japón, tiempo en el que ni académicos ni maestros han llegado a una definición concluyente.

Esto es porque el Zen se siente, se percibe con los sentidos y con atención plena. Cada practicante llega a entender el Zen después de años de practicar zazen, con disciplina y sin esperar nada.

Por supuesto existen convenciones muy útiles:

Zen es el universo completo, sin agregar nada y sin restar nada. Zen es aceptar la vida como está. Es todo el rango de emociones humanas, es todo lo desagradable, es la muerte, es el silencio.

Estos conceptos nos abren la mente para encontrar un significado personal que se parezca a las averiguaciones de Dogen, plasmadas en el Shobogenzo (su obra máxima).

Con todo esto podemos acercarnos a saber qué es Zen. Y aunque una definición sea elusiva, sí podemos estar seguros de lo que NO ES el Zen.

Esto viene porque el fin de semana leí una columna en cierto blog mexicano de opinión política. La autora del texto habla sobre la furia y de cómo todo mundo está harto, de que no deberíamos calmarnos y que debemos usar la ira para el cambio social.

A pesar de que entiendo su enojo, la escritora luego dice:

…un zen es un renunciante que no está sometido a ninguna práctica productiva, no se entrega todos los días al tráfico ni a la competencia; es alguien que decide romper el molde del estándar porque no le viene bien, porque lo asfixia, porque lo deja sin espíritu.

Nada más lejos de la realidad.

Tengo muchos años viviendo el Zen y nunca he renunciado al trabajo, a cuidar mi cuerpomente, a los problemas cotidianos y jamás doy la cara a la adversidad. Seguro, a veces es difícil. Pero esto también aplica para muchísimas personas en el planeta que son «Zen».

Zen no es nihilismo. No nos abandonamos a que la vida nos atropelle. Jamás dejamos que pasen encima de nosotros y hacemos valer derechos por medio de la práctica de nuestras obligaciones.

Ser Zen es ser un ciudadano consciente que vive en armonía con la realidad y con el mundo espiritual, apoyado en el conocimiento del Buda y de Dogen Zenji.

Aceptamos la vida como es, no importa que la enfermedad y la muerte nos vean de frente.

Aceptamos el abuso político, mental y personal.

Aceptamos que así son las cosas.

No agregamos nada, no quitamos nada porque esa es la materia prima con la que se construye la vida.

Con esto avanzamos y trabajamos para mejorar el entorno y sacar adelante a todos los seres vivos que no sienten o que no reciben compasión.

Sentimos furia, pero la convertimos en virtud con acciones constructivas.

Zen no es un producto que promete tranquilidad. Tampoco es una actitud o preferencia.

Con la práctica diaria y diligente de zazen tenemos la tranquilidad necesaria para sacudir las pasiones y los juicios que nublan la mente. Así se puede sonreír ante la adversidad para salir adelante un paso a la vez.

Porque cada paso es una llegada completa.

No hay a dónde ir porque ya hemos llegado a nuestro destino. Hoy. Aquí. Ahora. Sin apegos ni aversiones.

* Fe de Erratas

Muchas gracias a Rolando Bernal de zenmexico.org por la corrección a la fecha. Es correcto. Master Dogen llevó el zen a Japón en 1227.  ¡Gracias!