Son tiempos duros y muy tristes para la humanidad. Por todos lados parece haber atropellos a nuestros derechos básicos de alimentación, economía, educación, paz y democracia.
Basta leer un poco de las noticias para terminar con el espíritu consternado y con el corazón oprimido. Venezuela la está pasando muy mal. México tiene uno de los peores gobiernos de la historia y una narco guerra abominable. Siria sigue perdiendo hijos en una cruel y violenta guerra civil. Hay disturbios en Myanmar, Kiev y crímenes de odio por todos lados.
La crueldad y el egoísmo están creciendo de forma terrible. ¿O será que ahora estamos más conectados y podemos compartir más de lo peor?
No lo sé y no es mi papel juzgar diplomacia ni política internacional. Me declaro un completo ignorante, además de que mi opinión no tiene validez alguna.
Pero puedo hablar desde mi humanidad afectada por la ingenuidad del budismo.
Es muy posible que esté errado al pensar que nuestros problemas más fuertes no son nuestros gobiernos. Somos nosotros mismos y nos hemos ganado a pulso los gobiernos que tenemos.
Mientras sigamos siendo corruptos, ventajosos, hablemos con la mentira de por medio, odiando al que es diferente, maltratando a la mujer, manipulando a los demás, sobornando a la autoridad, robando, pasando por encima de otros para subir o no sabiendo cumplir promesas, olvidando a los pobres y a los adultos mayores o siendo crueles con los animales; todas estas pesadillas políticas seguirán sucediendo.
¿Cómo quejarse de un mal gobierno si espiamos a nuestra pareja o si atropellas los derechos de los demás para conseguir nuestros objetivos?
Nuestras quejas pierden validez si no las sustentamos con nuestros propios actos virtuosos.
El cambio no está en la revolución. Nunca lo ha estado. La historia nos demuestra una y otra vez que las revoluciones no funcionan. Generan más violencia y crueldad para terminar con gobernantes peores que los anteriores.
El cambio está en nosotros mismos, en la educación que nos procuramos y damos a nuestros hijos.
El cambio verdadero llega cuando integramos la compasión como valor principal a nuestra forma de vida. Al ponernos en los zapatos de los demás para entender que todos sufrimos.
Si todos los políticos del mundo entendieran un poco sobre compasión, sus crímenes serían menores.
Si cada uno de nosotros sintiera compasión por las personas en nuestra comunidad y ayudáramos a mejorar sus vidas, en lugar de envidiar u odiar, tendríamos grupos de personas comprometidas con un cambio social que comience con pequeños actos.
Si sintiéramos compasión por nosotros mismos cultivaríamos la mente, cuidaríamos la alimentación y daríamos lo mejor a nuestros cuerpos.
Repito, sé que soy demasiado ingenuo, que no tengo autoridad para hablar de lo que no sé.
¿Pero si nos esforzáramos un poco por entender sobre compasión y pasarla a los jóvenes?
Quizá todos los problemas se suavizarían un poco. No lo sé.
Es sólo algo que he estado pensando en los últimos días.
Febrero siempre trae consigo el día del amor y la amistad. Las tiendas son decoradas con corazones, cupidos y, si somos suertudos, alguien se acordará de nosotros y nos dará un chocolate.
Fijamos nuestra atención en el amor de pareja y quizá en el amor de amigos. Y eso está bien. El problema es que olvidamos muy fácilmente que el amor es un concepto mucho más profundo que un chocolate.
Celebrar el amor es una de las actividades humanas más maravillosas. Necesitamos el amor para sentirnos bien y, según el Buda, es el camino hacia la libertad.
No voy a profundizar en un tema que ha sido tratado por la filosofía en numerosas ocasiones. Basta con leer a Aristóteles, Fromm o a Schopenhauer. Ellos son mucho más sabios y tienen cosas más inteligentes qué decir.
En lo que quiero enfocarme en un factor que afecta todas nuestras relaciones sentimentales y, con frecuencia, las convierte en sufrimiento: el ego.
Cuando se piensa más en las necesidades propias, cuando se ve a la otra persona como objeto, cuando no sabemos de compasión; hemos dejado al ego entrar por la puerta grande.
Trata de hacer memoria de tus relaciones personales. Estoy seguro que más de una vez has sufrido porque la relación no resultó como querías. O quizá tu pareja no hizo lo que tú esperabas. Es posible que ella/él no cumpliera tus expectativas. O no se comportó en público de la forma que imaginabas. Los celos pudieron haberse manifestado.
Como sea, cuando el ego entra por la puerta y permitimos que nos domine, el amor se ve sacrificado para dar paso a la autocomplacencia y a los despliegues de mini-poder.
Estar centrados en nuestro propio ser en lugar de cuidar a nuestra pareja como algo precioso, nos traerá sufrimiento porque ella/él jamás llegarán a cumplir nuestros requerimientos. Trataremos de hacerlo cambiar a como de lugar.
El ego es el que nos hace imaginar cosas y justifica nuestros temores y fantasías destructivas. Eso nos da el poder de lastimar.
Lo peor del caso es cuando dos egos chocan. Entonces tenemos una relación basada en la mentira, la manipulación y las verdades a medias. Y estas relaciones son venenosas porque enferman al alma y contaminan todo lo que tocan. Se convierten en shows de poder, y el poder es tan venenoso como es adictivo.
Ahora trata de recordar la relación en la que hayas sido más feliz. Estoy seguro que resultó porque pudiste dejar al ego de lado, al menos por un momento.
Dejar al ego encerrado en una caja con candado y varias cerraduras nos da la felicidad de relaciones honestas y duraderas. Basamos el cariño en atender las necesidades del otro. Escuchamos, acariciamos y entendemos lo que se dice, aún sin necesidad de palabras.
Sin ego tratamos a la persona como lo que es: la joya más preciosa.
Y si ambos tiran el ego a la basura, resulta en felicidad mutua y trabajo en equipo.
Lograr esto no es imposible. Es cuestión de compasión en el sentido budista: es estar atentos a los sentimientos de la pareja y tratar de ver la vida con sus ojos. De ponerse en sus zapatos y tratarla/tratarlo de la misma forma que quieres que te traten. Con agradecimiento y humildad.
Pero no me creas a mi. Rétame y ponme a prueba. Demuestra que estoy mal y que soy un loco insensato.
Tira el ego a la basura y trata a tu pareja como quisieras ser tratado.
Si no te resulta en felicidad, te regreso tu ego para que sufras como te gusta.
ATENCIÓN: No soy médico. No soy psicólogo. No soy nadie, en realidad. Si padeces depresión crónica acude con un profesional para que te ayude. Sé responsable con tu salud.
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La tristeza es parte normal del proceso de sanación.
Dolor y sufrimiento son diferentes. Debemos prestar atención a nuestras emociones. El dolor por la pérdida y por cierres siempre es abrumadora y es normal llorar mucho por ello. Puede tardar semanas o meses. Poco a poco se irá deslavando hasta llegar a la tranquilidad de nuevo.
Sin embargo sufrir es distinto. Sufrir es cuando ponemos el ego por delante y pensamos «¿porqué a mi?», «me duele mucho», «me muero», «me rompieron el corazón»… Es decir, nos enfocamos en el YO y nos convertimos en víctimas.
Sé que es difícil de entender, pero aquí la meditación es nuestra herramienta principal. Con la constancia la mente aprenderá a dejar ir la tristeza y a ver el dolor por fuera, como espectadores. Así nos desasociamos de las emociones y es más fácil manejarlas.
Entiendo que meditar en tiempos de crisis es difícil, pero es cuando más se necesita.
La práctica de la meditación en budismo zen se llama shikantaza: sólo siéntate y medita. Sin cuestionar y sin intelectualizar. Sólo hazlo.
Otro consejo que siempre funciona es que hagas algo por los demás. Salir de casa e involucrarnos con alguna causa noble es de gran ayuda.
La tristeza y el sufrimiento se controlan muy bien cuando nos enfocamos a aplacar el dolor y la necesidad ajenas. Sólo así comprendemos que todos los seres tienen problemas y necesitan ayuda.
Cuando somos generosos y compasivos, la tristeza pasa a segundo grado y una cascada de felicidad nos bañará.
Por supuesto estas acciones no son sustituto de terapia profesional, en caso de ser necesaria.
«El budismo no es otra cosa que humanismo.» — Nishijima Roshi
Gudo Wafu Nishijima era un hombre sencillo que practicó zazen por 80 años. Era abogado de carrera, pero su actividad principal era de asesor financiero. Así se ganaba la vida.
Sin embargo, su actividad más importante era el estudio y enseñanza de budismo zen a todas las personas que se lo pedían. Nunca decía que no y abría su corazón en especial a estudiantes extranjeros. Creía que el zen es universal y que todos deben tener la oportunidad de practicarlo, en cualquier parte del planeta.
Nishijima Roshi también predicaba que los monjes jamás debían estar encerrados en un monasterio, sino trabajando y siendo útiles en el mundo real. Enseñaba que el dharma se vive allá afuera, con problemas reales y que un monje debía tener familia, hijos, un empleo y además la obligación de mantener vivas las enseñanzas del Buda y Dogen.
Abogaba por la equidad entre practicantes y no hacía distinción de sexo, nacionalidad o jerarquías. Para él todos somos una sola persona.
Esta apertura abrió el paso a maestros como Brad Warner y Jundo Cohen para establecer comunidades mundiales, utilizando la tecnología de Internet como plataforma de comunicación.
Nishijima Roshi nació en noviembre 29 de 1919 y dejó este mundo a los 94 años. Fue estudiante de Sawaki Kodo Roshi y se obtuvo la Transmisión del Dharma de Master Rempo Niwa en el templo Eihei-ji, en 1973.
Gracias a su trabajo mis Maestros pudieron aprender y ordenarse. Gracias a Nishijima Roshi yo estoy hoy aquí.
Nunca pude conocerlo, pero su trabajo vive a través de mi práctica y mis estudios.
Todo mi agradecimiento y respeto.
Sus últimas palabras fueron a su enfermera cuando él rechazó la máscara de oxígeno: «Yo decido cuando muero».
Eterna reverencia a Nishijima vivo o muerto porque somos uno, no dos y al mismo tiempo lágrimas de felicidad y de tristeza
eterna reverencia a Nishijima por ser valiente y atrevido aquí y ahora por dar una simple flor a tontos como tú, como yo
reverencia en la reverencia dulce, tan dulce los caminos esfumados
Una amiga corredora me hablaba sobre cómo el simple hecho de salir a correr se ha convertido en un espectáculo de micro poderes y vanidad; y se siente desilusión por ello.
Las carreras, que para mi son eventos donde intento vencer mis demonios internos, se han convertido en pasarelas donde la gente va a presumir sus tiempos, su ropa, sus gadgets y la unión y poder que transmite su grupo social.
Pero esto no es una sorpresa y tampoco es nuevo.
Ya sea una carrera, demostración de tupperware, reunión de contadores o congreso de diseño gráfico; la vanidad prevalece porque donde hay seres humanos siempre habrá competencia por ver quién es el mejor en lo que sea.
Si me lo preguntan, creo que este concurso de vanidad no escrito es más bien un despliegue del vacío que las personas cargamos por dentro.
Entre más vacío estés por dentro, más necesitas una marca de ropa/auto/perfume/gadget para ser.
Tener más y mejor que los demás es símbolo de estatus y de que estamos pendientes de la moda. Pero lo que en realidad pasa es que estamos demostrando lo débiles y susceptibles que somos a la manipulación mercadológica.
No me malinterpretes. No tiene nada de malo tener cosas que nos ayuden en la vida. Tampoco tiene nada de malo cuidar el cuerpo o pertenecer a un club que nos impulse a ser mejores. ¡Por el contrario! Estas son actividades virtuosas que nos llevan a una mejor vida. Gozar los frutos de nuestro trabajo es maravilloso.
El problema es que cuando estamos tan secos y vacíos por dentro, necesitamos juguetes que nos ayuden a tapar los huecos que nosotros mismos generamos.
La vanidad termina siendo un veneno que nos roba la identidad e incrementa el culto al ego. Nos transforma en criaturas frías con tendencia dañar a los demás.
¿De verdad estamos tan vacíos? ¿De verdad estamos tan solos?
Creo que la mejor manera de parar la vanidad es tomando consciencia de nuestro lugar en el universo y de la impermanencia de las cosas. No somos tan grandes ni tan maravillosos ni tan eternos.
Somos contenedores hechos de cruda materia que comienza a descomponerse desde que nacemos.
Pero en nuestras manos está llenar la materia con luz y virtud.
Viviendo con compasión y entendiendo que nadie está por encima de los demás.
Si lo que escribo te es útil y te gusta, ¿por qué no invitarme un café? Gracias.
Sobre mi
¡Hola! Soy Kyonin, monje y maestro budista de la tradición Soto Zen. Formo parte de Grupo Zen Ryokan. Comparto la sabiduría eterna del Buda para ayudar a encontrar la paz interior y la liberación del sufrimiento. Juntos vamos en camino hacia la compasión.
En días de lluvia
la melancolía invade
al monje Ryokan
-Haiku de Ryokan Taigu Roshi