¿Qué tienen en común La iPad, el agua embotellada, la pulsera milagro, un auto más grande y más lujoso, comida chatarra? Todos son productos que se convirtieron en necesidades implantadas por la publicidad.

Quizá no nos damos cuenta, pero gran parte de los productos que consumimos en nuestra vida cotidiana han sido implantados por la mercadotecnia y han venido a formar parte de nuestra realidad. Poco a poco.

Mi ejemplo más claro es la iPad. Es un aparato que te ayuda a solucionar problemas que antes no tenías. Es perfecta para leer, para escuchar música y para navegar la red.

Un momento. ¿Qué no teníamos ya esas actividades cubiertas por un sin fin de gadgets y libros reales? La respuesta es sí, pero la gran diferencia es que la iPad fue desarrollada por expertos en psicología, mercadotecnia y sociología. Está diseñada y publicitada para desearla y para verte como ganador con una.

Steve Jobs la anunció como un dispositivo mágico en aquel discurso de presentación. Y el simple uso de esa palabra, lleva a que la mente vuele. ¿Quién no quiere tener un poco de magia en las manos?

Si nunca lo han razonado, todos los discursos de Jobs son cuidadosamente escritos para desear los artículos, sin pensar en su utilidad real o en su elevado costo.

Por otro lado, toda la publicidad que existe te grita «Tu vida apesta, a menos que uses mi producto o servicio».

Mi vida no apesta. Y tampoco la tuya. Y la decisión de comprar algo debe estar en nuestras manos, no en la manera que nos venden un estilo de vida.

Mira este comercial:

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Creo que todos queremos una tarde relajada, inmauculadamente limpios y a lado de alguien que amamos. Y sólo Tide nos la puede dar. Y sólo es un vil detergente para ropa, pero aquí se usan herramientas para explotar los sentimientos. ¿Qué más maravilloso que un bebé plácidamente dormido?

Y no es que yo sea inmune a la publicidad. Hay muchas cosas que sí se me antoja tener. Una iPad, un Playstation 3, una tele de 1 millón de pulgadas. El truco es simplemente pensar en lo que necesitas realmente para ser feliz.

No tiene nada de malo usar publicidad para anunciar un servicio o producto. De hecho es básico para mover los engranes de la economía.

Lo que no debemos hacer es dejar que la publicidad nos maneje y decida por nosotros.

Todos los publicistas que he conocido en mis casi 20 años de trabajar en medios de comunicación, se sienten orgullosos de llamar a su campo de trabajo «el arte de la persuación».  En realidad la publicidad como la conocemos, es el arte de la mentira. La buena noticia es que se puede cambiar, sólo es cuestión de que los publicistas lo quieran.

Para reducir el impacto de la publicidad

Deja de ver la televisión. Así de simple.

Claro que hay muchas más estrategias que usarán los mercadólogos para implantar necesidades en nuestra mente, pero la televisión es su arma principal.

El terminar tu relación con la TV tiene muchos beneficios que trataremos en otro post, pero ahora sólo me enfocaré en uno muy importante.

El apagar la televisión reduce tu tiempo de exposición a la publicidad. Te da oportunidad para disfrutar tu vida de muchas otras formas.

Mi experiencia personal con esto es que cuando voy al supermercado, mis decisiones de compra son más pensadas y más enfocadas a lo que necesito. Como ya no veo comerciales, no tengo idea de qué es lo que está de moda o lo que tiene comerciales con bebés primorosos.

Lo único que me importa es comprar detergente que haga su trabajo a un precio razonable.

Por supuesto, esto afecta todas mis decisiones de compra y a mi estado de ánimo.

A diferencia de lo que grita la publicidad, mi vida no apesta. Soy feliz con lo que soy y lo que tengo, y únicamente compro lo que necesito.