Los humanos somos seres vivos esculpidos por la evolución para optimizar los recursos disponibles, y así crear las condiciones adecuadas para transmitir nuestro material genético.

Hemos creado una relación muy estrecha con los alimentos porque es el combustible que nos permite seguir con vida. Creamos relaciones personales estrechas al sentarnos juntos a comer. También usamos la comida como forma de celebración, gratitud, recompensa y para tapar huecos existenciales.

Los alimentos son nuestra religión, ritual, refugio y parte importante de cómo demostramos cariño por otros seres vivos.

El problema es que al crear una cultura en torno a los alimentos, hemos perdido el control y hemos caído en la irresponsabilidad; lo que dispara todo tipo de excesos que nos llevan a problemas de salud.

Por irresponsabilidad me refiero a que tomamos nuestra nutrición muy a la ligera. Dejamos que la publicidad de las empresas piense por nosotros. No leemos, no investigamos y casi nunca estamos conscientes de qué es lo que ponemos en nuestro plato. Sorprende encontrar quienes no saben distinguir entre una leguminosa y una legumbre. Si algo nos cae mal o nos hace daño, recurrimos a un medicamento para seguir comiendo lo que nos ha enfermado. Comemos hasta reventar… o no comemos a causa de algún desorden alimenticio. Tenemos esta relación increíblemente compleja con la comida.

Pero comida es comida y lo que importa es que me haga sentir satisfecho. Lo que importa es que exprese mi amor por medio de una tarta de chocolate, ¿correcto?

En un nivel simplista, sí, es correcto. Queremos alimentarnos para sentirnos satisfechos y para amar con toda la tortilla a nuestras parejas, hijos, mascotas, amigos. Pero justo porque somos irresponsables ofrecemos más comida de la que podemos manejar. Y luego está la calidad de la misma, que a veces no es la adecuada.

En las sociedades antiguas, la comida era sagrada; pero la relación en torno a ella era mucho más simple. Era considerada medicamento y se consumía (o no), dependiendo de las condiciones y de la disponibilidad.

Hoy en día comemos para amar… pero ese amor es sacrificado cuando perdemos el control y somos irresponsables.

No es casualidad que la mayoría de los monjes budistas solo coman alimentos naturales, de una a dos veces al día. La espiritualidad de la humanidad está ligada también a los alimentos y sabemos que demasiado de lo que nos gusta, resulta perjudicial.

Por eso es que el budismo no solo busca una vida ética y pacífica, sino que también cura el cuerpo. Promueve la buena salud al poner plena atención a nuestra relación con la comida.

Amar con toda la tortilla está bien. Pero hacerlo con tanta frecuencia y para cubrir huecos espirituales… eso es lo que nos tiene enfermos.

El acto de amor más maravilloso y perfecto es nutrir nuestro cuerpo. ¿De verdad estamos dispuestos a seguir obesos o enfermos por comer lo que sabemos nos daña?

Pronto seguiré escribiendo al respecto y tendré una sorpresa para quienes estén listos para reparar su relación con los alimentos.