Las nubes pasan flotando todo el día.

Flotan y flotan de regreso al norte.

Había un hombre que era alguien distinguido a cualquier edad,

Pero ganar o perder, ambas están mal.

¿Qué hay que ganar de «mal» y «bien» cuando uno ya ha cazado esas nubes flotantes?

Las nubes no dejan ningún rastro,

pero las nubes y yo nos ayudamos mutuamente.

En mis manos no hay más que un durazno o una rama de bambú,

en mi cuerpo una túnica hecha de hiedra.

En mi mente profunda siento confianza.

¡Pero tristemente voy en contra de los tiempos!

—Maestro Baekgok, Corea, ?–1680.

Traducido por Kyonin.


En nuestra práctica de Zazen aprendemos a ver que somos montañas a las que llegan miles de nubes. Estas nubes son los pensamientos.

Llegan, tapan el cielo, pero siempre se van.

Todas nuestras etiquetas, nuestros idiomas y nuestras ideas más brillantes; no tienen importancia para la naturaleza. Son solo nubes.

Pero al mismo tiempo, esas nubes son parte de lo que somos. Nos necesitamos mutuamente. No podemos tener una vida humana sin los pensamientos y éstos no pueden existir sin la mente humana.

Al final, no importa quiénes somos o de cuándo; no poseemos nada en realidad. Nuestra ropa más cara no es mejor que una túnica sencilla.

¿Tiempo y urgencias? Son también nubes creadas por nosotros.